Cada vez que oigo decir en las ceremonias de clausura de los Juegos Olímpicos aquello de que han sido los mejores Juegos de la historia, no puedo evitar una sonrisa. Al margen de los aspectos organizativos y del nivel deportivo general, los aficionados al atletismo sabemos que no ha habido Juegos como los de México, celebrados en 1968, de los que estos días se cumplen 49 años.
La Ciudad de México ganó la organización de los Juegos en 1963. Su proyecto había resultado el más convincente, si bien había cierta preocupación por los 2240 m sobre el nivel del mar de la urbe. Entonces apenas se conocían los efectos de la altitud en el esfuerzo. Hubo quien llegó a decir que podría poner el peligro la vida de los deportistas. Diez días antes del inicio de la competición sucedió algo que pudo haber terminado con los Juegos antes de empezar. Una manifestación de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de la capital mexicana terminó con la intervención policial y más de 2 centenares de muertos. El presidente del COI, el octogenario Avery Brundage (1887-1975) se apresuró a decir que era un asunto que no tenía que ver con los Juegos.
El atletismo se celebró entre el 13 y el 20 de octubre. Fueron 8 días en que se lograron 18 plusmarcas mundiales y se igualó otra. De las 36 finales, en 26 de ellas los ganadores superaron la anterior plusmarca olímpica, en algunos casos conseguida minutos antes o en las pruebas de clasificación. Para la consecución de estos logros se reunieron varios factores. La altitud fue clave para las pruebas explosivas o de esfuerzos cortos y el cambio de la ceniza al material sintético en la pista resultó fundamental. Pero el nivel no habría sido tan alto si no hubiese habido una magnífica generación de velocistas de raza negra, principalmente estadounidenses, junto con la primera gran hornada de corredores africanos. Los atletas europeos, pese a verse en algunos casos perjudicados por la altitud, también tuvieron un papel relevante.
Si hubiese que elegir una imagen de estos Juegos, no habría ninguna duda de que seleccionaríamos esta:
Los 8,90 metros del estadounidense Bob Beamon (1945) superan con mucho el ámbito mediático del atletismo y están considerados uno de los grandes hitos de la historia del deporte. La competición se terminó con este primer salto de Beamon, que continúa siendo la segunda mejor marca de la historia.
La velocidad en México sufrió una auténtica revolución. Surgió una nueva promoción de velocistas estadounidenses que llevó las plusmarcas a límites impensables. Jim Hines (1946), en una final de 100 monocolor, inédita hasta entonces, rompió por primera vez con 9,95 la barrera de 10,00. Tommie Smith (1944) hizo lo propio con la de 20,00 en 200 m, 19,83, al menos oficialmente pues su compatriota John Carlos (1945) había corrido en 19,92 en las pruebas de selección, marca no homologada por la IAAF por haberse hecho con zapatillas no reglamentarias. Lee Evans (1947), por su parte, se fue en 400 m a unos asombrosos 43,86. Hines y Evans lideraron los relevos corto y largo que con 38,23 y 2:56,16 también superaron las respectivas plusmarcas mundiales. El incidente de Smith y Carlos protestando en el podio contra la segregación racial y su posterior expulsión se convirtió en un símbolo eterno.
En el otro salto horizontal, el triple, también se hizo historia, pero por una razón diferente, pues se superó la plusmarca mundial nada menos que 5 veces. Comenzó en la clasificación el italiano Giuseppe Gentile (1943) con 17,10 m. Al día siguiente con un primer salto de 17,22 m parecía que dejaba el concurso visto para sentencia. Pero aún quedaba mucha competición. En la tercera ronda el georgiano, entonces soviético, Viktor Saneyev (1945), se iba a 17,23. En la quinta ronda surgió el brasileño Nelson Prudencio (1944-2012) quien con 17,27 pareció dar por finiquitada la prueba. Pero Saneyev dejó lo mejor para el último salto, en el que con 17,39 m ganó la primera de sus tres medallas de oro olímpicas.
Además de grandes registros, otro hito de los Juegos sucedió en el salto de altura. El estilo de salto de entonces era el rodillo ventral o, algo menos, el rodillo californiano. El estadounidense Dick Fosbury (1947) no se adaptaba a ninguno de ellos y comenzó a desarrollar su estilo propio, que acabó llevando su nombre. Cuando ganó el oro en México con 2,24 m el mundo atlético se quedó asombrado. Si bien Fosbury ya llevaba años practicándolo, con los medios de comunicación de entonces la repercusión de su estilo era muy limitada fuera de su ámbito.
En salto con pértiga, el estadounidense Bob Seagren (1946) se quedó a 1 cm de su plusmarca mundial de 5,41 m, con los 11 primeros, incluido el español Ignacio Sola (1944), 9º, por encima de la anterior plusmarca olímpica. En lanzamiento de disco el también estadounidense Al Oerter (1936-2007) ganaba su cuarto oro. Su compatriota Randy Matson (1945) se hacía con el oro en peso, tras su plata 4 años antes. La jabalina fue para el letón, entonces soviético, Janis Lusis (1939) y el martillo para el húngaro Gyula Zsivótzky (1937-2007), que había sido plata en las dos ediciones anteriores.
La plusmarca mundial igualada fue la de 800 m. Se esperaba que el keniano Wilson Kiprugut (1938), bronce 4 años antes, se hiciese con el oro, pero en una rapidísima carrera se vio superado a falta de 50 m por el australiano Ralph Doubell (1945) que ganó con 1:44,40, marca homologada en 1:44,3, que igualaba la plusmarca mundial del neozelandés Peter Snell (1937)
En mediofondo y fondo uno de los grandes protagonistas fue el keniano Kip Keino (1940), uno de los mejores de todos los tiempos. Se planteó el reto de tres oros en 10000, 5000 y 1500 m. Abandonó en la primera distancia por un cólico biliar, prueba que ganó su compatriota Naftali Temu (1945-2003), el único keniano con un oro olímpico en 10 Km, seguido del etíope Mamo Wolde (1932-2002), que ganaría el maratón, y del tunecino Mohamed Gammoudi (1938), plata en la anterior edición. Gammoudi superó a Keino en una apretada llegada en el 5000, con Temu tercero. En las pruebas de fondo la altitud también se dejó notar, en sentido negativo, con registros de los ganadores de 14:05,01, 29:27,40 y 2h20:27. El plusmarquista mundial del 5, 13:16,6, y 10 Km, 27:39,4, el australiano Ron Clarke (1937-2015), tampoco se adaptó a la altitud y solo pudo ser 5º y 6º. También fue lento el 3000 obstáculos, distancia en que se impuso por primera vez en la historia un keniano, Amos Biwott (1947), con 8:51,02. A Keino le quedaba el 1500, en el que se enfrentaría al plusmarquista mundial, el joven estadounidense Jim Ryun (1947), acreditado en 3:33,1. Sin embargo, en uno de los mejores 1500 de la historia olímpica, el keniano no dio opción y se impuso con 3:34,91. Incluso al nivel del mar, Ryun lo habría tenido muy complicado.
En los 110 m vallas se impuso el estadounidense William Davenport (1943-2002), con 13,33, probablemente mejor que la plusmarca mundial del Martin Lauer (1937) de 13,2. En 400 m vallas, la victoria fue para el británico David Hemery (1944) con unos magníficos 48,12, plusmarca mundial por 0,7.
El programa femenino en 1968 estaba aún muy lejos del masculino. Se celebraron 11 pruebas, las carreras de 100, 200, 400, 800 y 80 m vallas, el relevo 4 x 100, los saltos de altura y longitud, los lanzamientos de peso, jabalina y disco y la combinada de entonces que era el pentatlón. Hubo en total 5 plusmarcas mundiales. La estadounidense Wyomia Tyus (1945) fue la primera velocista que defendió con éxito el título olímpico de 100 m, esta vez con plusmarca mundial de 11,08. Formó parte del relevo estadounidense de 4 x 100 que ganó el oro también con tope mundial 42,88.
La polaca Irena Szewinska (1946), una de las grandes velocistas de la historia, se llevó la victoria en 200 m con plusmarca mundial de 22,58, tras ser bronce en 100 m. En 400 m se produjo un gran duelo entre la ganadora, la francesa Collete Besson (1946-2005) y la malograda británica Lillian Board (1948-1970). El tiempo de Besson, 52,03, fue probablemente superior que la plusmarca mundial de 51,9 de la coreana Sin Kim-dan (1938).
Las otras dos plusmarcas mundiales femeninas fueron en salto de longitud, a cargo de la rumana Viorica Viscopoleanu (1939), 6,82 m, y en lanzamiento de peso, 19,61 de la alemana del Este Margitta Gummel (1941).
En México finalmente se demostró que la altitud unido a las mejoras técnicas y a una excepcional generación de atletas dio lugar a una catarata de plusmarcas mundiales, difícilmente repetible, porque difícilmente se repetirán las tres circunstancias juntas. Quienes lo vivieron en directo fueron unos privilegiados.