Carlos Lopes, el último rey del campo a través nacido en Europa (I)

Não, eu não sou o favorito. O favorito é Mamede, Con estas palabras, Carlos Lopes, campeón mundial de campo a través y olímpico de maratón, se quitaba la presión de la prensa de encima. Los portugueses querían un ganador local en el campeonato del mundo de campo a través que se celebraba en Lisboa en 1985. Mamede había derrotado a Lopes en el campeonato de Portugal y este, hábilmente, dejó que toda la presión fuese para su compañero de club y de entrenamientos, cuya relación con la alta competición era complicada. Lopes venía de hacer, con 37 años, la mejor temporada de su vida con el Mundial de cross y el oro en el maratón olímpico de LA84 y aún le quedaba otra temporada excepcional.

Carlos Alberto de Sousa Lopes había nacido el 18 de febrero de 1947 en Vildemoinhos, Viseu, una localidad a 105 Km al SE de Oporto. Era el mayor de 7 hermanos, de una familia humilde, y tuvo que dejar de estudiar para desempeñar diversos oficios, entre ellos el de tornero mécánico. Comenzó a practicar atletismo en 1965 y en 1966 tomó parte en su primera competición internacional, el cross de las Naciones, categoría junior (sub20), donde fue 25º. Ese año se proclamó campeón de Portugal de 3000 m, en categoría junior, lo que hizo que el Sporting Clube de Portugal se fijase en él. Le ofrecieron irse a Lisboa a entrenar con el Prof Mário Moniz Pereira (1921-2016). El joven Carlos aceptó y comenzó una fructífera relación con el mejor entrenador de Portugal, quien lo acabaría convirtiendo en uno de los mejores corredores de fondo de la historia.

Los éxitos de Lopes comenzaron en el campo a través, modalidad en la que consiguió 10 títulos nacionales, en 1970-1974, 1976-1978, 1982 y 1984. En pista su primera plusmarca nacional fue en 10 000 m en 1971, 29:28,0. Ese año acudió al campeonato de Europa, donde el finlandés Juha Väätäinen (1941) hizo un extraordinario doblete en 5000 y 10 000 m. El joven portugués no tuvo una buena actuación. Fue el 33º y último en los 10 Km, a más de 2 minutos del vencedor. Su rendimiento en los Juegos Olímpicos de Múnich, al año siguiente, fue mucho mejor, pues consiguió mejorar su marca en 10 000 hasta 28:53,6, si bien no le sirvió para entrar en la final. Igual suerte corrió en los 5000 m, distancia en la que acreditaba 13:46,8, también plusmarca nacional.

En los 4 años siguientes, la progresión de Lopes lo transportó a la élite mundial. En el Europeo de 10 000 m de 1974, problemas físicos lo llevaron a abandonar, pero en 1976, año olímpico, era uno de los favoritos para las medallas en los 10 Km. En 1975 había conseguido facilidades en su trabajo como bancario para hacer doble sesión de entrenamiento y eso había mejorado notablemente su rendimiento. Comenzó la temporada de 1976 haciéndose con el campeonato del mundo de campo a través. Su mejor puesto anterior había sido el 25º en 1973. En la localidad galesa de Chepstow se impuso con solvencia a los ingleses Tony Simmons (1948) y Bernie Ford (1952). Poco antes de los Juegos, bajaba por primera vez de 28 minutos en 10 000 m, 27:45,71, mejor marca del año en aquel momento. También, con 13:24,0 realizó marca personal en 5000 m. En los Juegos de Montreal, se enfrentaba al finlandés Lasse Virén (1949), dispuesto a impedir que este repitiese el doblete de Múnich. Lopes se impuso fácilmente en la primera serie semifinal con 28:04,53. En la final, sin embargo, Virén se mostró superior. Lopes se colocó en cabeza con 3200 m de carrera, dando paso al primer 5000 en 14:08,94. Fue descolgando a todos sus rivales, menos al finlandés, que lo superó a falta de 440 m y se hizo con el oro en 27:40,38. Lopes fue plata con 27:45,17, mejor marca personal. La falta de aceleración final del portugués condicionó sobremanera su prestación en los grandes campeonatos en 10 Km.

Poco después de la final olímpica, Lopes mejoró en Estocolmo su marca personal hasta 27:42,65, 6ª mejor marca de siempre en aquel momento. Los éxitos del portugués parecían continuar en 1977. Se proclamó por primera vez campeón de Europa de campo a través por clubes con el Sporting de Lisboa, y, aunque no pudo revalidar su título mundial, consiguió una excelente plata en el Mundial celebrado en Düsseldorf. Sin embargo, se perdió la temporada al aire libre a causa de problemas físicos, que lo perseguirían durante varios años. En 1978 consiguió el título portugués de campo a través y posteriormente el de 10 000 m, pero su rendimiento era muy irregular. Abandonó en los Mundiales de campo a través en 1978 y 1981. En 1980 fue 26º. Se perdió el campeonato de Europa de 1978 y los Juegos de Moscú 1980.

Pasada la treintena, daba la sensación de que el cuerpo del atleta de Viseu ya no estaba en condiciones de volver a la élite. Sin embargo, Lopes acabaría teniendo una segunda época dorada en la que sus logros serían mucho mejores que en la primera.

 

 

 

 

 

 

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El papel fundamental del entrenador en el atletismo

Probablemente no se podría entender a Herb Elliot sin Percy Cerruty, a Peter Snell sin Arthur Lydiard, a Steve Ovett sin Harry Wilson o a Sebastian Coe sin Peter Coe. En nuestro ámbito más cercano, ocurre lo mismo con Manolo Martínez y Carlos Burón o Ruth Beitia y Ramón Torralbo. ¿Quién atrae practicantes de un deporte extremadamente duro? ¿Quién detecta los talentos? ¿Y quién convierte las promesas en realidades? El entrenador tiene un papel fundamental en el atletismo, pero, como sucede con los maestros o con los médicos de atención primaria, ni social ni económicamente están reconocidos como deberían.

La experiencia vital del atleta es inevitablemente corta, en muchas ocasiones insuficiente para darse cuenta de que solo con su talento no puede sacar lo mejor de sí mismo. Allá por los años 80, cuando el adolescente que era entonces quien esto escribe comenzó a entrenar en la escuela de atletismo de la Universidad de Santiago de Compostela, el estadio de la Residencia rebosaba de atletas. Los máximos responsables eran 4 profesores de Educación Física que por nada o casi nada se dejaban 2 o 3 horas de su tiempo de ocio todos los días. Su labor comenzaba con la promoción del atletismo en sus respectivos centros de enseñanza y se continuaba en el estadio donde la misma persona podía entrenar a un lanzador de martillo de más de 60 m, un saltador de altura de más de 2,05 m o un corredor de fondo de menos 13:40,0. Detrás de esto, además de un entusiasmo desbordante, había mucho tiempo de formación y de dedicación, mucho más en los concursos donde cada detalle cuenta para perfeccionar una técnica que nunca es perfecta pero siempre mejorable.

El futuro atleta llega al atletismo solo con su talento que, como el temperamento, es estrictamente individual. Convertir el talento en excelencia no es una tarea fácil. El talento no es modificable. La capacidad y la motivación para soportar enormes cargas de trabajo y para mantener la cabeza fría sí lo son. El camino es muy duro, y muchos no son capaces de recorrerlo. Tal vez las lesiones les limiten su capacidad para afrontar trabajos físicos exigentes. Quizá no estén dispuestos a hacerlo, o no se lo permitan sus circunstancias personales. Puede que no soporten la presión de la competición. Algunos, sin embargo, sí lo consiguen, pero no lo hacen solos. Tienen detrás a muchas personas entre las que destaca el entrenador, el que tiene que diseñar y adaptar una programación tanto a corto como a largo plazo, el que tiene que explicar que el atletismo no es como la canción de Queen, I want it all and I want it now, el que en los malos momentos, que abundan, da una mano amiga, o frena la euforia en los buenos, el que pelea para que otros intereses no interfieran con el interés deportivo y el que, en definitiva, ayuda al atleta a que comprenda la esencia del atletismo y lo que ello supone en la vida de una persona.

Es cierto que hay atletas que, en una determinada época, se hacen sus propios planes, pero inevitablemente, para llegar a esa situación tuvieron que aprender de alguien. Un atleta no va sin entrenador, igual que una orquesta no va sin director. Si un país quiere tener buenos atletas, tiene que cuidar a los entrenadores. La ciencia del deporte se ha hecho demasiado compleja. El atleta no se puede permitir el lujo de renunciar al conocimiento. Estaría en franca desventaja ante sus rivales, de modo que potenciemos al entrenador. No hay alternativa.

Óscar Husillos y el exceso de celo

Las leyes, igual que los libros de Medicina, tratan de hacer la mejor generalización de muchos casos particulares. Pero, del mismo modo que los problemas de cada paciente deben gestionarse de forma individual, en el ámbito normativo debería también analizarse caso por caso. Ayer, tras haberme quedado absolutamente sorprendido por la exhibición de Óscar Husillos, pensé, durante unos minutos, que hoy estaría escribiendo sobre la progresión de la plusmarca europea de 400 m en sala. Desgraciadamente mi texto de hoy es para poner sobre la mesa que el exceso de celo normativo puede acabar con el espectáculo atlético que continuamente Lord Coe, en su calidad de Presidente de la World Athletics, trata de buscar. No hace mucho escribí sobre el, indebido, protagonismo de los jueces, afortunadamente excepcional. Desde hoy tendré que añadir lo sucedido ayer.

Con el reglamento en la mano, el invadir la línea interna de la curva sin desplazamiento forzado es motivo de descalificación. La norma es taxativa, no especifica ni cm ni tiempo, por lo tanto es suficiente 1 mm 0,01 s. Con esto podríamos terminar el debate, pero también podemos plantear una cuestión. ¿Se tipifican las infracciones porque sí o para evitar que el infractor se beneficie? Si son para evitar que el infractor se beneficie, ¿tiene sentido aplicarlas cuando no hay beneficio alguno? Es más, Husillos no solo no se benefició, sino que el pisar la línea con el pie derecho probablemente le obligó a girar su cuerpo hacia el mismo lado para no salirse de la línea, con la consiguiente pérdida de alguna centésima. Tampoco ayudaba una pista con curva de doble radio, que empuja al atleta hacia dentro a la salida de la curva.

Habitualmente la aplicación que se hace de las normas es razonable. A menudo vemos salirse brevemente en las curvas a atletas en carreras de fondo lentas, como sucedió en el Mundial de Londres con Mo Farah, pero se asume que es involuntario y que no beneficia en absoluto al corredor, más bien todo lo contrario. Si se aplicase de forma estricta el reglamento en el tema de los contactos y obstrucciones, en ocasiones tendríamos campeón de 800 o 1500 m sin necesidad de disputar la final. Sin embargo, en este campeonato, se ha decidido obviar el espíritu del reglamento y aplicarlo al pie de la letra. La consecuencia ha sido que se ha anulado la mejor carrera del campeonato, el mejor 400 de la historia de los campeonatos y la plusmarca europea de un plumazo. Deben ser las últimas directrices de la World Athletics para fomentar el espectáculo tras la retirada de Usain Bolt.

Hay quien compara esta descalificación con la de Natalia Rodríguez en la final de los 1500 m del Mundial de Berlín 2009 tras haber cruzado la meta en primer lugar. En mi opinión no son comparables, pues mientras Husillos ni se beneficia ni perjudica a nadie, el adelantamiento interior de Rodríguez, una maniobra irregular, hace que una atleta tropiece y se vaya al suelo.

La descalificación de Husillos me recuerda, por su injusticia, a la del obstaculista keniano Ezekiel Kemboi en los Juegos de Río. Sesenta años antes, en los Juegos de Melbourne, los propios rivales de Chris Brasher se negaron a que fuese descalificado tras ganar el oro en obstáculos, también por exceso de celo.

Por cierto, al margen de la estricta aplicación del reglamento, la IAAF tampoco ha respetado las formas, entregando las medallas de la prueba de 400 m antes de comunicar oficialmente el rechazo del recurso de la Federación Española. Quizá también debían haber publicado la fotografía al tiempo que anunciaban por primera vez la descalificación. Cierto es que una vez constatada la infracción, había poco lugar al recurso pero ¿de verdad era necesario analizar el vídeo con microscopio?

No veo a la IAAF por buen camino y no solo por el asunto Husillos. Se entiende poco que las marcas mínimas para los concursos solo estén al alcance, literalmente, de 4 y haya que recurrir a la repesca. Por ejemplo en triple salto femenino, la mínima era 14,30 m. Hubo de repescarse, con 14,23 m, a Ana Peleteiro que finalmente fue bronce. Tampoco se comprende que en los concursos no se permita el 6º intento del 5º al 8º clasificado. Como bien dice el explusmarquista español de salto con pértiga, Alberto Ruiz, es como si en un 1500 no se permitiese disputar la última recta a los que ocupan la posiciones a partir de la 5ª.

Al margen de la polémica descalificación de Husillos y a falta de la jornada de hoy, las luces que veíamos algunos en el atletismo español tras el Mundial de Londres parece que se materializan. El Europeo de Berlín del verano será una buena ocasión para confirmarlo.

Dave Wottle, modelo de estadounidense para el Vicepresidente Agnew

Una de las carreras emblemáticas de la historia de los Juegos Olímpicos fueron los 800 m de Múnich 1972. Tanto por la forma de ganarlos, como por la personalidad del ganador, el estadounidense Dave Wottle, esta prueba ha permanecido en el recuerdo de los aficionados desde entonces.

David James Wottle nació en Canton, el 5 de agosto de 1950. Entonces esta ciudad de Ohio tenía 115 000 habitantes, hoy tiene 73 000. De niño su constitución era algo débil, por lo que su médico le recomendó hacer ejercicio. De modo que el joven Dave comenzó a practicar atletismo, si bien con una preparación poco rigurosa. Ello hizo que no destacase hasta que cambió su método de entrenamiento, al llegar a la Bowling Green State University, en el propio estado de Ohio, en 1969. En 1970 este cambio ya daba sus frutos. Fue segundo en la milla del campeonato universitario de Estados Unidos (NCAA), detrás de Marty Liquori (1949), acreditado entonces en 3:57,6. Wottle acabó la temporada con 3:59,8 en la milla y 1:47,1 en los 800 m. No pudo continuar su progresión en 1971, pues las lesiones se cebaron con él y apenas pudo entrenar.

El año olímpico de 1972 parecía, sin embargo, que sería diferente. Tras una buena preparación invernal, Wottle ganaba a principios de temporada el 1500 del campeonato universitario con 3:39,7. Entonces se disputaba la milla, salvo en los años olímpicos que se corrían 1500 m. Poco después fue campeón nacional de 800 m con 1:47,3. En las pruebas de selección olímpica decidió tomar parte tanto en los 800 como en el kilómetro y medio, aunque consideraba las dos vueltas solo una forma de ganar velocidad de cara a la prueba más larga. La final de los 800 m tenía lugar el 1 de julio. Allí estaba Wottle, tras una semifinal muy disputada. Con poca experiencia en esta prueba y con rivales como un renacido Jim Ryun (1947) o Rick Wohlhuter (1948), el de Ohio no se encontraba entre los favoritos. La carrera resultó superlativa. Tom Fulton (1951) impuso un ritmo rapidísimo con pases de 25,2 y 52,0. Wottle era 6º, con 52,9. A falta de 300 m Ryun dio un fuerte cambio, con un 100 en 11,5. Solo Wottle y Ken Swenson (1948) conseguían aguantar el ritmo, si bien este último perdía contacto en la última curva. Ryun y Wottle llegaron juntos a la última recta, donde Wottle se colocaba en cabeza, mientras Ryun perdía posiciones. Wottle se impuso con 1:44,3, tiempo que igualaba la plusmarca mundial que compartían el neozelandés Peter Snell (1938) y el australiano Ralph Doubell (1945). Wohlhuter remontó hasta la segunda posición, 1:45,0, mientras Swenson era tercero, 1:45,1. Ryun, con unos excelentes 1:45,2, tiempo que acabaría siendo el 5º mejor del mundo esa temporada, se quedaba fuera de los Juegos en las dos vueltas. Se impuso fácilmente en los 1500 m, una semana después, con Wottle segundo.

Con la gorra de golf que lo haría famoso, Wottle se había convertido en coplusmarquista mundial, corriendo la prueba de forma atípica, con parciales de 52,9 y 51,4, con una sorprendente mejoría de 2,8 respecto a su marca previa. Unos días después el 15 de julio, en contra del criterio del cuadro técnico olímpico estadounidense, Wottle se casó y se fue 5 días de luna de miel. Reanudó los entrenamientos el 20 de julio, pero poco después se vio mermado por una tendinitis. Las eliminatorias de 800 m de los Juegos tenían lugar el 31 de agosto. Wottle se presentó en la línea de salida, sin conocer muy bien su estado físico. Pese a su registro, no contaba entre los máximos favoritos, pues su experiencia competitiva fuera de su país era nula. La prueba, no obstante, se presentaba muy abierta.

Se disputaban 7 series clasificatorias. Estarían en las semifinales los tres primeros de cada una y 3 tiempos. Wottle superó la ronda sin problemas al ser segundo con 1:47,4 en la cuarta serie. Wohlhuter no se clasificó por centésimas, lo mismo que el futuro plusmarquista mundial de 10 000, el portugués Fernando Mamede (1951). Al día siguiente, 1 de septiembre, tuvieron lugar las 3 semifinales. Wottle ganó la segunda, con 1:48,7. El tiempo más rápido correspondió al ganador de la tercera, el keniano Mike Boit (1949), con 1:45,9, su mejor marca. El español Manuel Carlos Gayoso (1944) fue 5º en esta semifinal, con 1:47,7. Globalmente sería el 9º mejor atleta de esta prueba, puesto que igualaría Tomás de Teresa (1968) 20 años después en Barcelona.

La final tuvo lugar el sábado 2 de septiembre, tercera carrera en 2 días. Wottle parecía que llegaba en buena forma, pero en ambas rondas había empleado la misma táctica, primera vuelta en la cola de la carrera y remontada en la segunda. La final no iba a ser menos. Con 100 m de competición, el estadounidense ocupaba la última posición a unos 10 metros del penúltimo. Robert Ouko (1948) lideraba un compacto paquete de atletas al paso por la meta en 52,3, con Wottle último cerca del grupo. A falta de 250 m, el ucraniano, entonces soviético, Yevyeniy Arzhanov (1948) se colocaba en cabeza. En la recta de enfrente, el hombre de la gorra pasaba del 8º al 6º puesto y conseguía entrar 4º en la recta final detrás del ucraniano, que parecía imparable hacia el oro, y de los dos kenianos, Ouko y Boit. Pero en los últimos 40 metros fue superando rivales hasta la misma línea de llegada, en que doblegó a Arzhanov por apenas 0,03, quien, exhausto, terminó en el suelo.

El ucraniano declaró Resulta decepcionante perder en la última zancada por una distancia no mayor que tu nariz. El margen, efectivamente, fue muy estrecho, 1:45,86 para Wottle, 1:45,89 para el soviético. Boit se colgó el bronce con 1:46,01. Wottle estaba exultante. Había preparado el 800 con vistas al 1500 y se había convertido en plusmarquista mundial y campeón olímpico, tras molestos problemas físicos. Tal era su alegría que olvidó quitarse la gorra mientras sonaba el himno de su país en el podio. En los convulsos años 70, con la guerra de Vietnam y el antecedente de Smith y Carlos en México, muchos interpretaron aquello como un signo de protesta, lo que obligó al atleta a pedir disculpas públicamente. Recibió numerosas muestras de apoyo, incluso un telegrama del entonces Vicepresidente de su país, Spiro Agnew (1918-1996) que decía Con o sin gorra, usted es mi modelo de estadounidense. Tras su éxito en las dos vueltas, Wottle trató de repetir en el kilómetro y medio, sobre el papel su mejor prueba, pero, demasiado confiado, repitió la táctica de los 800 m y se quedó fuera de la final por un margen similar al que le permitió ser oro olímpico.

La carrera atlética de Wottle tan solo abarcó dos temporadas más. En 1973 fue subcampeón de Estados Unidos de 800 m con 1:46,2, detrás de Wohlhuter y mejoró sus registros de 1500 m, 3:36,2, y de la milla, 3:53,3. Se hizo profesional en 1974, pero se retiró poco después. Tras dejar la competición se hizo entrenador y se dedicó a la gestión de instituciones universitarias. Pese a que su permanencia en la élite del atletismo fue corta, la forma en que consiguió su victoria en Múnich, junto con el olvido en el podio hacen de Wottle un atleta cuyo logro sigue muy presente casi 46 años después.