Richard Moore (1973) es un escritor y periodista escocés y antiguo ciclista. Ha escrito varios libros sobre ciclismo y, muy crítico con las drogas en el deporte, publicó en 2012 La carrera más sucia de la historia: Ben Johnson, Carl Lewis y la final olímpica de 100 m de Seúl, publicada en español por Libros de la ruta en 2018. Esta carrera fue, probablemente, el caso más famoso de la historia de uso de drogas prohibidas en una competición atlética.
En los Juegos Olímpicos de 1984, el estadounidense Carl Lewis (1961) se había convertido en una estrella al igualar los cuatro oros de Jesse Owens (1913-1980) en los Juegos de 1936. Lewis no tuvo rival en ninguna de las cuatro pruebas, 100 m, 200 m, salto de longitud y relevos 4 x 100m. En la distancia más corta, un canadiense de pocas palabras, inmigrante de Jamaica, había conseguido con su bronce impedir el triplete estadounidense. Su nombre, Ben Johnson (1961), apenas sonaba entonces en los ambientes atléticos, pero estaba a punto de comenzar una pugna que superaría con mucho el espacio mediático del atletismo y del deporte.
Cuatro años después, el 24 de septiembre de 1988, Carl Lewis se encontraba en Seúl, en la línea de salida de la final de los 100 m. El estadounidense había acudido a Corea del Sur con la intención de repetir los cuatro oros olímpicos de los anteriores Juegos. Esta vez no lo tendría nada fácil. Ben Johnson, a quien había derrotado fácilmente en 1984, lo había batido en 6 de los 10 anteriores enfrentamientos entre ambos, incluyendo la final del Mundial de Roma el año anterior, en la que el canadiense se había hecho con una estratosférica plusmarca mundial de 9.83. Lewis se encontraba, no obstante, confiado. Esa temporada solo habían coincidido un mes antes, en Zúrich, y el resultado fue contundente para Lewis, 9.93 contra 10.12 de Johnson, derrotado también por otro estadounidense, Calvin Smith (1961), 9.97. Pero en la carrera decisiva, Johnson pareció de otro mundo. Lewis marcó su mejor tiempo de siempre, 9.92, pero se quedó lejísimos del canadiense quien, parándose, registró unos asombrosos 9.79. La expresión en la cara del estadounidense tras su contundente derrota lo decía todo.
La final había superado todas las expectativas con un crono para la historia pero… no era real. Hacia el final del mismo día 24, se supo que en una de las muestras analizadas había restos de un esteroide anabolizante llamad estanozolol. El 25 de madrugada, con el conocimiento de que la muestra pertenecía a Ben Johnson, se comunicó el resultado al equipo canadiense y horas después el contraanálisis resultaba también positivo. El día 26 a las 10 de la mañana el Comité Olímpico Internacional comunicaba en una rueda de prensa la noticia. El movimientos olímpico, los patrocinadores y los aficionados de todo el mundo recibían un terrible mazazo. El velocista que representaba la imagen del atletismo era falso.
Moore cuenta todo esto hacia el final de su libro. Dedica las páginas anteriores a hacer una semblanza bastante detallada de las trayectorias de ambos atletas. Entrevista a 36 personas relacionadas de alguna manera con este oscuro episodio, entre ellas los propios protagonistas.
Lewis, criado en una familia de clase media muy interesada en el deporte, se convirtió en millonario antes de los Juegos de 1984 gracias al atletismo, pese a que, oficialmente, seguía siendo amateur. Un personaje clave en su vida es su representante Joe Douglas (1936), fundador del Santa Monica Track Club, capaz de gestionar cantidades de dinero entonces impensables para sus atletas por competir en Europa. Curiosamente, Douglas no tenía buena opinión de los velocistas, a los que consideraba indisciplinados y poco constantes. Cambió viendo al actitud de Lewis. Moore cuenta que ambos, Lewis y Douglas, esperaban un mayor beneficio económico, en forma de patrocinadores, tras los Juegos de Los Ángeles. Pero el interés por el atletismo en Estados Unidos era limitado y el atletismo aún estaba saliendo del amateurismo. No evita el autor, detallar la actitud arrogante y los problemas de Lewis con sus compañeros, así como sus reticencias para entrenar el relevo. También cuenta su poco exitosa carrera musical.
Los orígenes de Johnson fueron muy distintos. Procedía de una familia de Jamaica que había emigrado a Toronto. El personaje fundamental para Johnson fue su entrenador Charlie Francis (1948-2010), un antiguo velocista acreditado en 10.1, que enseguida introdujo a su pupilo en el mundo de los esteroides. Pronto Carl Lewis, con quien siempre mantuvo una relación agria, se convirtió en su objetivo.
Moore cuenta cómo el uso de sustancias prohibidas era bastante generalizado en los años 80, con unos métodos de detección claramente insuficientes, y unos dirigentes poco interesados en investigar demasiado.
Pero lo que más destaca el autor, y de ahí el título, es que de los 8 finalistas de la carrera de Seúl, 6 tuvieron en algún momento relaciones más o menos oscuras con las sustancias prohibidas. Tan solo Calvin Smith, bronce, y el brasileño Robson Caetano da Silva (1964), 5º, mostraton una carrera atlética limpia. Smith ha declarado en numerosas ocasiones que se considera el vencedor de aquella carrera. Carl Lewis dio positivo por estimulantes durante las pruebas de selección olímpica de 1988. Alegó la ingesta de un producto de herboristería que contenía esas sustancias prohibidas. Se libró de una sanción de 3 meses que le habría impedido ir a los Juegos. El británico Linford Christie (1960), plata, vivió una situación similar con estimulantes tras ser 4º en los 200 m de Seúl. Se aceptaron sus explicaciones. No obstante, en 1990 dio positivo por anabolizantes. Al estadounidense Dennis Mitchell (1966) se le detectaron restos de testosterona en 1996. El canadiense Desai Williams (1959), entrenado por Francis, 6º en la final, seguía un programa de consumo de esteroides similar al de Jonhson. Por último, el jamaicano Ray Stewart (1965) , que se lesionó, aunque consiguió llegar a la meta, se vio implicado en un asunto de tráfico y administración de sustancias prohibidas a los atletas que entrenaba en 2008.
En su país de acogida Johnson pasó de héroe a villano. Gran parte de la prensa lo calificó de traidor y de tramposo. El Gobierno de Canadá decidió abrir una comisión de investigación, presidida por el juez Charles Dubin (1921-2008), que descubrió un uso bastante generalizado de sustancias prohibidas en el deporte. Johnson, tras haber negado cualquier relación con estos productos, acabó confesando que usaba esteroides desde principios de los 80. Se dijo que para recuperarse de la lesión que había tenido a mitad de la temporada de 1988, el atleta incumplió los plazos para que los restos del fármaco desapareciesen de su organismo. Sin embargo, Johnson siempre ha negado este extremo, alegando que, aunque consumía esteroides, jamás había usado el estanozol y que le habían tendido una trampa.
En resumen, un libro muy recomendable para conocer el mundillo atlético de los años 80 y para profundizar en el mundo de las drogas, tal vez la parte más oscura del deporte.
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