Esta entrada se publicó inicialmente en el número 11 de la revista Somos Atletismo, de abril de 2021.
Aunque desde principios del siglo XX los países anglosajones ya celebraban reuniones en las que participaban mujeres, el atletismo femenino resultó excluido de las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos. Sí fueron olímpicos otros deportes en la categoría femenina como tenis, golf y vela en 1900, tiro con arco en 1904, patinaje artístico (1908), salto de trampolín y natación (1912) o esgrima (1924). El gran salto del atletismo femenino vino de la mano de la francesa Alice Milliat (1884-1957), que en 1917 fundó la Fédération Féminine Sportive de France. Milliat, traductora de profesión, había practicado remo y hockey sobre patines. En 1919 presentó formalmente al Comité Olímpico Internacional (COI) una solicitud para hacer el atletismo femenino olímpico, pero no tuvo éxito. Su labor en pro del atletismo femenino continuó y en 1921 organizó en Mónaco el Primer Encuentro Multinacional Femenino, con once pruebas. A finales de ese año, Milliat fundó la Fédération Sportive Féminine International, que contaba con la participación de Francia, Reino Unido, Italia, Checoslovaquia, España y Estados Unidos. Milliat fue su primera presidenta y su primera tarea fue la puesta en marcha de los primeros Juegos Mundiales Femeninos, que tuvieron lugar en París el 20 de agosto de 1922. En un solo día se celebraron 11 pruebas atléticas, 60 metros, 100 yardas, 300 metros, 1000 metros, 100 yardas vallas, relevo 4 x 110 yardas, salto de altura, salto de longitud, salto de longitud sin impulso, lanzamiento de peso a dos manos y lanzamiento de jabalina a dos manos. Participaron 77 mujeres de 5 países, Francia, Reino Unido, Checoslovaquia, Suiza y Estados Unidos. Los Juegos contarían con otras 3 ediciones, en 1926, 1930 y 1934. En esta última edición, celebrada en Londres, tomaron parte 200 atletas, de 19 países. Tuvieron lugar 12 pruebas. En ese momento el atletismo femenino llevaba dos ediciones siendo olímpico. Además estaba previsto la inclusión de las mujeres en el siguiente campeonato de Europa, en 1938. Los Juegos Mundiales dejaron su sitio a esta competición.
La Fédération Sportive Féminine International volvió a solicitar, infructuosamente, la participación de mujeres atletas en los Juegos Olímpicos de 1924. Pero, finalmente, en 1926, el COI accedió a que el atletismo femenino se convirtiese en un deporte olímpico. En los Juegos de 1928, que se celebrarían en Amsterdam, habría cinco pruebas femeninas, los 100 m, los 800 m, el relevo 4 x 100 m, el salto de altura y el lanzamiento de disco. Aunque tenía poco que ver con el programa masculino, se habían podido derribar muchas barreras, entre ellas la oposición del propio Pierre de Coubertin (1863-1937). El fundador del Movimiento Olímpico moderno opinaba que el deporte femenino y los Juegos Mundiales Femeninos eran impracticables, antiestéticos, no interesantes y, no debemos tener miedo a añadir, incorrectos. Esto debemos decir de esa medio olimpíada femenina.
Además de la participación de las mujeres, los Juegos de Amsterdam tuvieron otras novedades importantes. Se modificó el programa masculino, eliminando la prueba de 3000 m por equipos, el campo a través, la marcha y el pentatlón. Con excepción de la marcha, que reaparecería en 1956, el programa no ha cambiado desde entonces. Otra novedad fue la presencia, por primera vez, del pebetero olímpico. Alemania, tras su exclusión de las dos ediciones anteriores, volvió a los Juegos y fue segunda en el medallero, con 31 preseas, 10 de oro.
La primera mujer campeona olímpica, el 31 de agosto de 1928, fue la lanzadora de disco polaca Halina Konopacka (1900-1989), quien, con 39.62 m, superaba por 44 cm su propia plusmarca mundial. Nacida en una familia de deportistas, Konopacka había practicado equitación, patinaje, esquí y natación antes de dedicarse al lanzamiento de disco. Tras su retirada del disco en 1931 se dedicó al tenis. Casada con el Ministro del Tesoro de Polonia, Ignacy Matuszewski (1891-1946), tras la invasión alemana y soviética en 1939, ayudó a este a llevar las reservas de oro a Francia. Tras la ocupación alemana de este país, ambos huyeron a Estados Unidos, donde se quedaron a vivir. Ella continuó allí tras el fallecimiento de su marido. Posteriormente se dedicaría a la pintura.
El mismo día 31 de julio tuvo lugar la final de los 100 m lisos. La ganadora fue la estadounidense de 16 años Betty Robinson (1911-1999), que había empezado a entrenar el marzo de ese año, con un tiempo de 12.2, que igualaba su propia plusmarca mundial. Ganó también la plata en el relevo 4 x 100 m. En 1931 resultó herida grave en un accidente de avión. Inicialmente la dieron por muerta. Estuvo 7 semanas en coma y 2 años sin poder caminar normalmente. Aunque las secuelas en su rodilla le impedían adoptar la posición de salida en las pruebas de velocidad, en 1936, haciendo el tercer relevo del 4 x 100, con el equipo de Estados Unidos en la final olímpica, consiguió el segundo oro de su carrera.
El 2 de agosto tuvo lugar la polémica final de 800 m. El día anterior se habían celebrado las series clasificatorias, en número de tres. Las tres primeras pasaban a la final. La carrera definitiva resultó muy disputada. La japonesa Kinue Hitomi (1907-1931), que nunca había corrido la distancia antes de los Juegos, se colocó en la cabeza, mientras las alemanas Marie Dollinger (1910-1994) y Elfriede Wever (1900-1941) controlaban la carrera para su compatriota Linda Radke (1903-1983). Esta lanzó un ataque, a falta de 300 m y se proclamó campeona olímpica, con una nueva plusmarca mundial de 2:16.8, 0.8 menos que la japonesa, plata. Tras la carrera, varias participantes se tiraron al suelo para recuperarse. El ácido láctico tiene estas cosas. Numerosos miembros de organizaciones deportivas y de la prensa aprovecharon esta circunstancia para afirmar que era una carrera demasiado larga para las mujeres. Se llegó a decir que las mujeres que corriesen distancias largas envejecerían antes. El presidente del COI, el Conde de Baillet-Latour (1876-1942), llegó a abogar por la supresión del deporte femenino. En contra de esta opinión, muchos argumentaron que situaciones similares sucedían en competiciones masculinas. De hecho, en las dos primeras ediciones de los Juegos Mundiales Femeninos se habían corrido los 1000 m y en las dos siguientes los 800 m. Finalmente no se impuso la lógica y la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) eliminó la prueba del programa olímpico. No se recuperó hasta 1960.
La canadiense, nacida en Estados Unidos, Ethel Catherwood (1908-1987) fue la primera campeona olímpica de salto de altura. Sucedió el 5 de agosto de 1928. Un salto de 1.59 m, a 2 cm de la plusmarca mundial le valió el oro olímpico. Se ganó al público y a la prensa por su belleza. También destacó en el lanzamiento de jabalina, modalidad en que fue campeona canadiense, pero esta prueba no fue olímpica hasta 1932. Después de los Juegos se trasladó a California.
El mismo 5 de agosto se disputó la final del relevo 4 x 100 m, cuyo oro fue para el equipo canadiense formado por Ethel Smith (1907-1979), Bobbie Rosenfeld (1904-1969), Myrtle Cook (1902-1985) y Jane Bell (1910-1998), con 48.4, nueva plusmarca mundial. Estas cuatro mujeres, junto con las mencionadas Konopacke, Robinson, Radke y Catherwood fueron las ocho primeras campeonas olímpicas en cinco modalidades. Los prejuicios hicieron que la introducción de nuevas pruebas en el programa oficial femenino fuese muy lenta. Cincuenta y cinco años después, en el primer Campeonato del Mundo de Atletismo, celebrado en Helsinki, aún no había 5000, aunque sí 3000, ni 10 000 m, obstáculos, triple salto, salto con pértiga, lanzamiento de martillo o marcha. En la actualidad, el programa femenino casi se ha igualado al masculino. A la World Athletics le resta cambiar el heptatlón por decatlón en la categoría. Sería todo un espectáculo.
Excelente, como todos los domingos. Gracias
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A ti por leer
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