Shirley Strickland, Marjorie Jackson y Betty Cuthbert, el trío olímpico australiano de oro

Hasta 1952 Australia había ganado cuatro oros olímpicos en once ediciones de los Juegos. Edwin Flack (1873-1935), entonces perteneciente a la colonia británica de Victoria, fue el primer campeón olímpico de 800 y 1500 m. Nick Winter (1894-1955) se impuso en el triple salto en los Juegos de 1924. Y John Winter (1924-2007) fue el campeón de salto de altura en los Juegos de 1948. Entre 1952 y 1964, Australia se hizo con nueve medallas de oro olímpicas. A excepción de Herb Elliott (1938), campeón olímpico de 1500 m en 1960, los otros ocho títulos fueron para tres mujeres velocistas, Shirley Strickland (1925-2004), Marjorie Jackson (1931) y Betty Cuthbert (1938-2017).

Shirley Barbara de la Hunty, conocida durante su carrera atlética por su nombre de soltera, Shirley Strickland, nació el 18 de julio de 1925 en Guidford, en las afueras de Perth. Su padre había practicado atletismo y fútbol australiano. La joven Shirley comenzó a hacer atletismo en el Instituto. En 1948 consiguió el título nacional de 80 m vallas. Acudió a los Juegos Olímpicos de Londres, donde fue bronce en 100m y en 80 m vallas y plata en el relevo 4 x 100 m. Oficialmente ocupó la cuarta posición en los 200 m. Años después se revisó la photo finish y se vio que tendría que haber ganado la medalla de bronce, si bien el resultado final no se cambió. Tras ganar tres oros en los Juegos de la Commonwealth de 1950, Strickhand volvió a los Juegos Olímpicos, en 1952. En Helsinki fue campeona de 80 m vallas, igualando la plusmarca mundial de la neerlandesa Fanny Blankers-Koen (1918-2004), 11.0 en las series. En la final mejoró hasta 10.9. En la semifinal había realizado 10.8 con excesivo viento a favor. En los 100 m fue bronce, en una carrera ganada por su compatriota Marjorie Jackson. Una mala entrega en el relevo 4 x 100 m le impidió pelear por otro oro. Sin embargo tuvo una nueva oportunidad en 1956, en los Juegos de Melbourne, donde renovó su título en 80 m vallas y fue también oro en el relevo 4 x 100. En 1954 se había perdido los Juegos de la Commonwealth por baja forma. Al año siguiente fue plusmarquista mundial de 100 m con 11.3. Tras los Juegos de 1956 se retiró. Siguió ligada al atletismo como directiva y entrenadora. También se dedicó a la política. Falleció el 11 de febrero de 2004.

Marjorie Jackson-Nelson nació en Coffs Harbour, Nueva Gales del Sur, el 13 de septiembre de 1931. Tuvo una carrera más corta que Strickland, pero muy intensa. Saltó a la fama con 17 años al derrotar en dos ocasiones a Fanny Blankers-Koen, en una gira que había hecho a Australia. Tras ganar cuatro oros en los Juegos de la Commonwealth de 1950, acudió a los Juegos Olímpicos de 1952, donde fue campeona en 100 m, con plusmarca mundial igualada de 11.5, y en los 200 m, donde igualó la plusmarca mundial en la primera ronda, 23.6, y la mejoró en la semifinal, 23.4. La posibilidad de otro oro en el relevo, como ya se ha mencionado, se esfumó por una mala entrega. Esa misma temporada mejoró en 100 m hasta 11.4. Se retiró tras ganar tres oros en los Juegos de la Commonwealth de 1954. De 2001 a 2007 fue gobernadora general del estado de Australia Meridional.

Elizabeth Alysse Betty Cuthbert nació el 20 de abril de 1938 en Merrylands, Nueva Gales del Sur. Con tan solo 18 años fue olímpica en 1956. Esa misma temporada había mejorado con 23.2 la plusmarca mundial de Marjorie Jackson, por 0.2. En Melbourne sorprendió con un triple oro en 100, 200 y relevo 4 x 100 m. Su logro tuvo una enorme repercusión mediática, que no favoreció a la joven Betty. En los Juegos de la Commonwealth de 1958 fue cuarta en las 100 yardas y segunda en las 220 yardas. La vencedora de ambas carreras fue su compatriota Marlene Mathews (1934), que había sido doble bronce olímpico en 100 y 200 m. En 1960, sin embargo, parecía que había recuperado la forma. En marzo de ese año un tiempo de 23.2 en las 220 yardas (201.17 m) se homologó como plusmarca mundial igualada de 200 m. En los Juegos de 1960, sin embargo, se lesionó en las eliminatorias de 100 m. Decidió retirarse pero volvió en 1962. Formó parte del equipo australiano que ganó el oro en el relevo 4 x 110 yardas. En 1959 había corrido los 400 m, que por entonces no formaban parte del programa olímpico femenino, en 54.0. En los Juegos de 1964 se disputaría por primera vez esta distancia en la categoría femenina. Cuthbert decidió prepararla. En 1963 fue capaz de registrar 52.9, segunda mejor marca de esa temporada.

La plusmarquista mundial de 400 m en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1964 era la norcoreana Sin Kim-dan (1938). En 1962 había corrido la distancia en 51.9. Al año siguiente participó en los GANEFO (Games of the Emerging Forces), una competición organizada por Indonesia en la que participaban países independizados recientemente. Sin ganó los 200, los 400 y los 800 m, estas dos últimas pruebas con sendas plusmarcas mundiales de 51.4 y 1:59.1, primer tiempo por debajo de 2 minutos, pero la IAAF (hoy World Athletics) no reconoció la competición ni las plusmarcas. En 1964, la coreana mejoró hasta 51.2 y 1:58.0, pero la IAAF había suspendido a los participantes en los GANEFO, por lo que no reconoció los tiempos ni permitió su participación en los Juegos.

Ausente Sin, la mayor rival para Cuthbert en el 400 olímpico era la británica Ann Packer (1942), que acreditaba 53.6 del año anterior. La primera ronda tuvo lugar el 15 de octubre. Mientras la australiana fue tercera en la primera serie con 56.0, Packer se impuso en la tercera con 53.1, nueva plusmarca olímpica. Ambas se encontraron en la primera semifinal al día siguiente. Packer volvió a ganar con 52.7 con Cuthbert segunda, 53.8. La otra semifinal fue para otra australiana, Judy Amoore (1940), con 53.3. El 17 de octubre se esperaba una final muy rápida, como así sucedió. En lo que Cuthbert calificó como una carrera perfecta, se proclamó la primera campeona olímpica de la distancia con 52.0 (52.01), por delante de Packer, 52.2 (52.20) y de Amoore (53.4). Con esta victoria en 400 m, la australiana obtenía en único triple oro de la historia de los Juegos en 100, 200 y 400 m. En 1896, en estadounidense Thomas Burke (1875-1929) había ganado los 100 y los 400 m. No se habían disputado los 200 m en estos primeros Juegos. Packer ganaría los 800 m en estos mismos Juegos con 2:01.1, oficialmente plusmarca mundial, que superaría Amoore por 0.1 tres años después. Esta no volvió a los Juegos hasta 1976, donde en la semifinal realizó su mejor marca de siempre, 1:59.93, insuficientes para llegar a la final.

Cuthbert se retiró tras los Juegos de 1964. En 1969 se le diagnosticó esclerosis múltiple. Desde entonces se dedicó a difundir el conocimiento de esta enfermedad entre el público y a la búsqueda de recursos para la investigación. Murió el 6 de agosto de 2017.

Entre 1952 y 1964 las atletas australianas consiguieron ocho medallas de oro en pruebas de velocidad y vallas. Desde entonces otras cuatro australianas han sido campeonas olímpicas en alguna de estas dos modalidades, Maureen Caird (1951) en 80 m vallas en 1968, Debbie Flintoff-King (1960) en 400 m vallas en 1988, Cathy Freeman (1973) en 400 m en 2000 y Sally Pearson (1986) en 400 m vallas en 2012. Seguramente todas ellas encontraron inspiración en Strickland, Jackson y Cuthbert, protagonistas de la edad de oro de la velocidad y las vallas femeninas australianas.

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Wyomia Tyus, el primer doble oro olímpico en los 100 metros

Cuando 48 horas después de haber ganado la final olímpica de 100 m de 1988, el vencedor, el canadiense Ben Johnson (1960), era descalificado por el consumo de esteroides anabolizantes, el estadounidense Carl Lewis (1961), segundo en la carrera, se convertía en el primer atleta en revalidar el título olímpico de la distancia. Ningún hombre lo había conseguido desde 1896, fecha de la primera edición de los Juegos Olímpicos modernos. Sin embargo, 20 años antes, en los Juegos Olímpicos de 1968, la también estadounidense Wyomia Tyus (1945) ya había alcanzado este logro en la categoría femenina, al conseguir imponerse en la final de México, como había hecho en la anterior final, en Tokio.

Wyomia Tyus nació en Griffin, Georgia, el 29 de agosto de 1945. Se crio en una granja lechera con tres hermanos varones y enseguida mostró un notable talento para el deporte. En el colegio practicaba baloncesto y atletismo. En 1960 su padre, a quien estaba muy unida, falleció, lo que la dejó devastada. Poco después recibió una llamada de Ed Temple (1927-2016), el entrenador de mujeres atletas de la Universidad Estatal de Tennessee, quien le propuso participar durante seis semanas en su campus de verano. Temple había llevado a Wilma Rudolph (1940-1994) a ganar el oro olímpico en 100 m en 1960. Tras algunas dudas iniciales, la joven Wyomia se convirtió en nueva discípula de Temple, gracias a cuyos buenos oficios pudo entrar en la Universidad con una beca. Su entrenador acabó siendo en una pieza fundamental en su vida, no solamente en el plano deportivo. Dentro de la universidad, Tyus formó parte de la hermandad femenina Tigerbelles, donde estaban otras compañeras velocistas, con las que tendría una gran amistad.

Los éxitos le llegaron muy pronto a la joven velocista. En las pruebas de selección olímpica de los 100 m, Tyus consiguió ser tercera con 11.5v, el mismo tiempo que la cuarta, la vallista Rosie Bonds (1944), a 0.2 de la ganadora, su compañera de hermandad Edith McGuire (1944). McGuire, campeona panamericana, a la que Tyus nunca había derrotado, era la favorita para hacerse con el oro olímpico. Sin embargo, Tyus dio la sorpresa cuando en su serie de cuartos de final igualó, con 11.2, la plusmarca mundial de Wilma Rudolph. En realidad la marca de Tyus era superior, pues el tiempo real fue 11.23. En las semifinales, confirmó su gran estado de forma al ganar la segunda con 11.3, mientras McGuire era tercera, con el mismo tiempo que la primera, 11.6, en la serie anterior. En la final hizo la segunda salida más rápida, tras la polaca Ewa Kłobukowska (1946), a la que sobrepasó a mitad de la carrera. Ganó con cierta ventaja en 11.4 (11.49), imponiéndose a McGuire, 11.6 (11.62) y a Kłobukowska, 11.6 (11.64). Con sus compañeras McGuire, Marilyn White (1944), cuarta en la prueba individual, y Willye White (1939-2007), ganó además la plata en el relevo 4 x 100 m, 43.9 (43.92), tras el equipo polaco , 43.6 (43.69).

En 1965, Tyus mejoró hasta 11.1, que igualaba nuevamente la plusmarca mundial de los 100 m. En 1964 ya había ganado el campeonato de Estados Unidos de la distancia. Repitió en 1965 y 1966, año en que también se hizo con el título en 200 m. En 1968 volvió a ganar en los 200 m. Ese año decidió intentar el triplete en los Juegos Olímpicos, añadiendo el 200 a los 100 y 4 x 100 m. Su mejor marca era 23.3 de 1965. En las pruebas de selección olímpica fue segunda en 200 m, con 23.7, y al día siguiente ganó los 100 m con 11.3. En los Juegos de México la altitud se dejó sentir desde el inicio. Tyus marcó 11.21 (homologado 11.2) en la primera ronda, tiempo de mayor valor que la plusmarca mundial manual de 11.1. Esa misma tarde, en la primera serie de cuartos de final, otra estadounidense, Barbara Ferrell (1947), corría en 11.12 (homologado 11.1). En la segunda serie, Tyus se iba a 11.08 (11.0), pero con viento de 2.7 m/s, 0.7 superior al máximo permitido. En la última serie, a la polaca Irena Szewińska (1946-2018) se le homologó como 11.1 un tiempo de 11.20. Esta se impuso en la primera semifinal, disputada al día siguiente, mientras Tyus se hacía con la segunda. Se esperaba una nueva plusmarca mundial en la final, como finalmente ocurrió. Tyus renovaba el oro de Tokio con 11.08 (11.0) por delante de Ferrell, 11.15, y de Szewińska, 11.19. En los 200 m no le fue tan bien, pues tan solo pudo ser sexta. No obstante, con 23.08, conseguía su mejor marca. La vencedora fue Szewińska, que mejoraba con 22.58 su propia plusmarca mundial. Tyus redondeó su actuación con la última posta del relevo 4 x 100 m del cuarteto estadounidense que ganó el oro con una nueva plusmarca mundial de 42.88 (42.8). Las otras tres componentes del equipo fueron Margaret Bailes (1951), Ferrell y Midrette Netter (1948).

Hubo un detalle que entonces pasó desapercibido en la final de los relevos 4 x 100 m. Dos días después de la final femenina de 100 m, los estadounidenses Tommie Smith (1944) y John Carlos (1945), oro y bronce en los 200 m habían resultado expulsados de la villa olímpica por su reivindicación en el podio contra la discriminación. Siendo ella misma del Sur y además amiga de los sancionados, Tyus decidió homenajear discretamente a sus compatriotas llevando un pantalón azul oscuro, en lugar del blanco oficial.

Tyus se retiró tras los Juegos, pero volvió en 1973, esta vez al campo profesional, en la International Track Association (ITA), donde estuvo tres años. En 1974 fue socia fundadora de la Women Sport Fundation, una organización para la promoción del deporte femenino. Trabajó como entrenadora y profesora de secundaria de Ciencias Naturales. Otras tres atletas han conseguido igualar el logro de Tyus de ganar dos oros olímpicos en 100 m, su compatriota Gail Devers (1966), en 1992 y 1996, y las jamaicanas Shelly-Ann Fraser-Pryce (1986), en 2008 y 2012, y Elaine Thompson-Herah (1992), en 2016 y 2020. En hombres el jamaicano Usain Bolt (1986) consiguió el oro en 100 m en 2008, 2012 y 2016.

Bob Hayes y los cronometrajes confusos

Hasta la llegada del jamaicano Usain Bolt (1986) a la cumbre de la velocidad en el atletismo, muchos consideraban al estadounidense Bob Hayes (1942-2002) como el mejor corredor de 100 m de todos los tiempos. Su actuación en los Juegos Olímpicos de 1964 con 9.91v en la semifinal, 10.06 en la final y un cronometraje oficioso de menos de 9.0 en la última posta del relevo, todo ello en una pista de tierra, se han convertido en un icono de las mejores actuaciones olímpicas.

Robert Lee Bob Hayes nació en Jacksonville (Florida) el 20 de diciembre de 1942. Desde el instituto compatibilizó el fútbol americano con las carreras de velocidad. En 1961, siendo un desconocido, igualó la plusmarca mundial de las 100 yardas, con 9.3 y registró 20.1 en los 200 m en línea recta. En 1962 consiguió una beca deportiva en la Universidad Agrónoma y Mecánica de Florida (Florida A&M), una institución para estudiantes de raza negra en tiempos de segregación racial legal. Ese año volvió a igualar la plusmarca mundial de 100 yardas, que se había mejorado a 9.2, y lideró la lista del año de 100 m con 10.1. Entre 1962 y 1964 no perdió ninguna carrera. En 1963 por fin superó el techo mundial de las 100 yardas, con 9.1, marca que igualó al año siguiente en tres ocasiones, si bien solo se homologó la primera. También en 1963 igualó con 20.5 la plusmarca mundial de 200 m, que tampoco se homologó. En 1964 se impuso en los 100 m de las pruebas de selección olímpica de su país con 10.1. No participó en los 200 m, pese a tener una mejor marca de 20.4, a 0.2 de la plusmarca mundial de su compatriota Henry Carr (1941-2015).

La actuación de Hayes, que seguía compitiendo con el equipo de fútbol de su universidad, en los primeros Juegos de Tokio fue soberbia. La prueba de 100 m se celebró el 14 y 15 de octubre. Hayes se impuso sin forzar en su serie eliminatoria y en la de cuartos de final. En la primera semifinal realizó un tiempo de 9.91, algo inaudito en aquel momento, pese al viento a favor de 5.3 m/s. En la final, corriendo por la calle 1 de una pista de tierra, con un viento a favor de 1.1 m/s, Hayes se impuso con casi 2 metros de ventaja sobre el segundo, el cubano Enrique Figuerola (1938), el tiempo homologado de Hayes fue 10.0, que igualaba la plusmarca mundial de la distancia. El tiempo real fue 10.06, lo que lo convertía, con diferencia, en el tiempo más rápido de siempre. Figuerola se quedó en 10.25 (homologado 10.2).

El cronometraje automático, conectado a la pistola de salida y a la película de la llegada, se utilizó por primera vez, como apoyo, en los Juegos Olímpicos de 1932. Hasta los Juegos de 1960 incluidos, el cronometraje oficial siempre era el manual. La plusmarca mundial oficial de 400 m, 44.9, realizada por el estadounidense Otis Davis (1932) y el alemán Carl Kaufmann (1936-2008), tuvo un cronometraje automático no oficial de 45.07 para el primero y 45.08 para el segundo. En 1964, por primera vez, el cronometraje automático fue el oficial, aunque redondeado a la décima inferior. El tiempo oficial de 10.0 de Hayes se reconvirtió de un tiempo centesimal de 10.01. En aquel momento los sistemas de cronometraje tenían un retraso conocido de 0.05 segundos, por lo que el tiempo real fue 10.06. Los tiempos manuales no oficiales fueron 9.9, 9.9 y 9.8, según las tres mediciones requeridas. Como se ha indicado, el registro de Hayes era el más rápido de siempre, pero la IAAF (hoy World Athletics), decidió darle el mismo valor que los otros 10.0, manuales, considerados entonces plusmarca mundial. Visto con perspectiva, esta igualación no tenía ningún sentido. El primer 10.0 manual de la historia se estableció el 21 de junio de 1960 en Zúrich por el alemán Armin Hary (1937). La carrera contó con un cronometraje automático no oficial de 10.25. La carrera hubo de repetirse por una salida falsa del alemán, que también había terminado en 10.0, 10.14 real, también muy alejado del tiempo de Hayes. Hasta 1977 la IAAF dio el mismo valor a las marcas manuales y a las centesimales redondeadas. Así, hasta ese momento, el estadounidense Jim Hines (1946) compartía sus 9.95 de la final olímpica de 1968 con otros nueve atletas que habían realizado 9.9 manualmente. En 1977 su 9.9 oficial se reconvirtió a 9.95 y se quedó como el único plusmarquista mundial.

La actuación de Hayes en Tokio culminó con el relevo 4 x 100 m, cuya final tuvo lugar el 21 de octubre. Haciendo la última posta, Hayes recogió el testigo en cuarto lugar y, en una espectacular remontada, tras 30 metros ya estaba el primero. Se hizo con el oro para Estados Unidos, con una nueva plusmarca mundial de 39.06 (39.0). El cronometraje no oficial del relevo de Hayes varía entre 8.6 y 8.9, algo nunca visto hasta entonces.

Tras los Juegos, Hayes, que continuaba jugando al fútbol en el equipo de su universidad, resultó elegido por los Dallas Cowboys, equipo de la NFL (National Football League), donde permaneció hasta 1975 y ganó una Super Bowl, en 1972. La presencia de un hombre tan rápido como Hayes obligó a los rivales a cambiar el marcaje individual a marcaje por zona. La vida personal de Hayes no fue paralela a su exitosa vida deportiva y estuvo plagada de adicciones, matrimonios fracasados y problemas con la justicia. El 18 de septiembre de 2002 fallecía a causa de una insuficiencia renal. Para la historia queda la extraordinaria actuación en Tokio de uno de los mejores velocistas de la historia.

Elaine Thompson, el primer doble doble femenino de la velocidad olímpica

Con su victoria en los 200 m de los Juegos de Tokio, la jamaicana Elaine Thompson ha conseguido hacer historia, con el primer doble doble femenino en la velocidad olímpica. Thompson mostró, como ocurrió en los 100 m, una enorme superioridad sobre sus rivales. Si en los 100 metros registró 10.61, en los 200 se fue a 21.54, mejores marcas de siempre tras los registros de la malograda estadounidense Florence Griffith (1959-1998). La jamaicana ha conseguido revalidar ambos oros. Es la primera vez que una atleta lo consigue en unos Juegos Olímpicos. Antes de Thompson, otras tres mujeres habían conseguido dos victorias olímpicas en los 100 m, las estadounidenses Wyomia Tyus (1945), en 1964 y 1968, Gail Devers (1966), en 1992 y 1996, y su compatriota Shelly-Ann Fraser (1986), en 2008 y 2012. En 200 metros habían repetido oro la alemana del Este Bärbel Wöckel (1955), en 1976 y 1980, y otra jamaicana, Veronica Campbell (1982), en 2004 y 2008. Thompson aún tiene la oportunidad de ganar un tercer oro en el relevo 4 x 100 m, donde, sobre el papel, Jamaica parece muy superior. Ya había sido plata en los anteriores Juegos.

Elaine Thompson-Herah nació el 28 de junio de 1992 en la localidad jamaicana de Banana Ground, en la parroquia de Manchester. Comenzó a practicar atletismo en el instituto, aunque inicialmente no se adaptó a la disciplina de los entrenamientos, lo que se dejó sentir en su rendimiento. Su primera competición internacional fueron los Juegos de la Commonwealth de 2014. Con una mejor marca de 11.17 resultó seleccionada para el relevo 4 x 100. Corrió la semifinal, que ganó el cuarteto jamaicano. Jamaica se hizo con el oro, pero sin Thompson en la final. En 2015 bajó, con 10.92, por primera vez de 11.00 en 100 m. Esa misma temporada mejoró hasta 10.84. En 200 m había realizado 22.37. Su entrenador decidió que trataría de ganar una plaza para el Mundial en esta distancia. Thompson ganó el campeonato de su país. Posteriormente mejoró a 22.10. En el Mundial de Pekín tuvo un rendimiento magnífico, pese a su falta de experiencia internacional. Ganó su serie con 22.78 y su semifinal con 22.13. En la final no pudo con la neerlandesa Daphne Schippers (1992), que se impuso con unos excelentes 21.63. La jamaicana fue una brillante subcampeona con 21.66, tiempo que sería su marca personal hasta la final olímpica de Tokio.

En una sola temporada, Thompson había dado un enorme salto de calidad, que le permitió incorporarse a la élite mundial. El año olímpico de 2016 su progresión continuó con un registro en 100 m de 10.70, mejor marca del año. En el campeonato de Jamaica derrotó a Shelley-Ann Fraser. En los Juegos de Río tomaría parte en las dos pruebas de velocidad corta y en el relevo. Tras una cómoda serie clasificatoria, que ganó con 11.26, se impuso en la tercera semifinal con 10.88, el mismo tiempo que Fraser en la segunda, mientras en la primera vencía la estadounidense Tori Bowie (1990) con 10.90. En la final, Thompson se mostró muy superior, con 10.71, por delante de Bowie, 10.83, y Fraser, 10.86.

En los 200 m, Thompson comenzó con un segundo puesto en la cuarta serie, 22.63, detrás de la costamarfileña Marie-José Ta Lou (1988), 22.31. En la semifinal volvió a ser segunda, 22.13, tras Daphne Schippers, 21.96, a 0.03 de su propia mejor marca mundial del año. La neerlandesa parecía la favorita, pero Thompson fue capaz de superarla y ganar su segundo oro olímpico, con 21.78, 0.10 menos que Schippers.

Thompson aún ganó una tercera medalla, de plata, en los relevos 4 x 100. Con 24 años, parecía que la jamaicana ejercería su dominio en la velocidad mundial durante mucho tiempo. Sin embargo, lastrada por problemas físicos, su rendimiento se resintió en los años siguientes. En 2017 formó parte del equipo del relevo 4 x 200 m de Jamaica que superó la plusmarca mundial con 1:29.04. En el Mundial al aire libre de Londres de 100 m solo pudo ser quinta, 10.98. Dos años después, en Doha, ocupó la cuarta posición, 10.93. Pese a estos años complicados, después de un 2020 de transición, la jamaicana estaba decidida a defender sus títulos olímpicos. El comienzo de la temporada mostró a Shelley-Ann Fraser en la mejor forma de su vida. El 5 de junio hacía, con 34 años, su mejor marca de siempre, 10.63. El 25 del mismo mes en el campeonato de Jamaica derrotaba con contundencia a Thompson, que fue tercera. Fraser marcó 10.71, con Shericka Jackson (1994) segunda, 10.82, y Thompson 10.84. Sin embargo, Thompson enseguida se rehizo y el 6 de julio corría en 10.71.

Las tres jamaicanas volvían a verse en las eliminatorias de 100 m. Thompson se reveló en un gran momento. Ganó su serie con 10.82. Fraser hizo lo mismo en la suya, con 10.84. Pero la más rápida fue La Tou, con 10.78, plusmarca africana. Las semifinales fueron rapidísimas. Thompson ganó la primera con 10.76, La Tou la segunda con 10.79, el mismo tiempo que Shericka Jackson, y Fraser hacía el tiempo más rápido en la tercera con 10.73. La final se preveía muy disputada. Se esperaba una marca en torno a 10.60, como así fue. Thompson fue la tercera más lenta en salir, pero su progresión fue inapelable. Renovó su oro olímpico con 10.61, segunda mejor marca de siempre, muy por delante de Fraser, 10.74, y de Jackson, 10.76, que completó el triplete jamaicano.

Pletórica de moral tras su título en 100, Thompson sabía que podía ser la primera mujer en conseguir dos oros olímpicos consecutivos en las dos pruebas. La mejor marquista del año era la estadounidense Gabrielle Thomas (1996), vencedora de las pruebas de selección de su país. Thompson había resultado derrotada con 22.02 en el campeonato jamaicano por Fraser, 21.79, y Jackson, 21.82. Pero los Juegos fueron otra historia. Thompson no forzó en su serie y entró tercera con 22.86. En la semifinal ya mostró sus cartas al imponerse con 21.66, que igualaba su mejor marca de siempre. En la final no dio opción. Pese a ser la última en salir, venció de forma contundente con 21.53, segunda mejor marca de siempre, por delante de la joven namibia Christine Mboma (2003), 21.81, y de Gabrielle Thomas, 21.87.

Tras varias temporadas de dudas, Elaine Thompson ha demostrado que es una de las grandes velocistas de la historia, única en haber ganado cuatro oros olímpicos en las dos pruebas cortas de la velocidad. En Tokio no solo ha vencido, con bastante contundencia, sino que ha logrado los segundos mejores registros de la historia, tras Florence Griffith, cuya plusmarca de 10.49 continúa cuestionándose por la posible medición incorrecta del viento. Le queda el relevo, pero ya es, sin duda, uno de los referentes de estos extraños Juegos Olímpicos, que, como era de esperar, están teniendo un nivel altísimo.

Dedico esta entrada a mi genial (en el sentido más literal del término) amigo Juan Carlos Cobas, que me ha pedido una entrada sobre esta atleta. Tengo intención de escribir algo sobre Karsten Warholm y su estratosférica plusmarca mundial. Se me acumula el trabajo.

Amsterdam 1928 (I), comienza el atletismo olímpico femenino

Esta entrada se publicó inicialmente en el número 11 de la revista Somos Atletismo, de abril de 2021.

Aunque desde principios del siglo XX los países anglosajones ya celebraban reuniones en las que participaban mujeres, el atletismo femenino resultó excluido de las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos. Sí fueron olímpicos otros deportes en la categoría femenina como tenis, golf y vela en 1900, tiro con arco en 1904, patinaje artístico (1908), salto de trampolín y natación (1912) o esgrima (1924). El gran salto del atletismo femenino vino de la mano de la francesa Alice Milliat (1884-1957), que en 1917 fundó la Fédération Féminine Sportive de France. Milliat, traductora de profesión, había practicado remo y hockey sobre patines. En 1919 presentó formalmente al Comité Olímpico Internacional (COI) una solicitud para hacer el atletismo femenino olímpico, pero no tuvo éxito. Su labor en pro del atletismo femenino continuó y en 1921 organizó en Mónaco el Primer Encuentro Multinacional Femenino, con once pruebas. A finales de ese año, Milliat fundó la Fédération Sportive Féminine International, que contaba con la participación de Francia, Reino Unido, Italia, Checoslovaquia, España y Estados Unidos. Milliat fue su primera presidenta y su primera tarea fue la puesta en marcha de los primeros Juegos Mundiales Femeninos, que tuvieron lugar en París el 20 de agosto de 1922. En un solo día se celebraron 11 pruebas atléticas, 60 metros, 100 yardas, 300 metros, 1000 metros, 100 yardas vallas, relevo 4 x 110 yardas, salto de altura, salto de longitud, salto de longitud sin impulso, lanzamiento de peso a dos manos y lanzamiento de jabalina a dos manos. Participaron 77 mujeres de 5 países, Francia, Reino Unido, Checoslovaquia, Suiza y Estados Unidos. Los Juegos contarían con otras 3 ediciones, en 1926, 1930 y 1934. En esta última edición, celebrada en Londres, tomaron parte 200 atletas, de 19 países. Tuvieron lugar 12 pruebas. En ese momento el atletismo femenino llevaba dos ediciones siendo olímpico. Además estaba previsto la inclusión de las mujeres en el siguiente campeonato de Europa, en 1938. Los Juegos Mundiales dejaron su sitio a esta competición.

La Fédération Sportive Féminine International volvió a solicitar, infructuosamente, la participación de mujeres atletas en los Juegos Olímpicos de 1924. Pero, finalmente, en 1926, el COI accedió a que el atletismo femenino se convirtiese en un deporte olímpico. En los Juegos de 1928, que se celebrarían en Amsterdam, habría cinco pruebas femeninas, los 100 m, los 800 m, el relevo 4 x 100 m, el salto de altura y el lanzamiento de disco. Aunque tenía poco que ver con el programa masculino, se habían podido derribar muchas barreras, entre ellas la oposición del propio Pierre de Coubertin (1863-1937). El fundador del Movimiento Olímpico moderno opinaba que el deporte femenino y los Juegos Mundiales Femeninos eran impracticables, antiestéticos, no interesantes y, no debemos tener miedo a añadir, incorrectos. Esto debemos decir de esa medio olimpíada femenina.

Además de la participación de las mujeres, los Juegos de Amsterdam tuvieron otras novedades importantes. Se modificó el programa masculino, eliminando la prueba de 3000 m por equipos, el campo a través, la marcha y el pentatlón. Con excepción de la marcha, que reaparecería en 1956, el programa no ha cambiado desde entonces. Otra novedad fue la presencia, por primera vez, del pebetero olímpico. Alemania, tras su exclusión de las dos ediciones anteriores, volvió a los Juegos y fue segunda en el medallero, con 31 preseas, 10 de oro.

La primera mujer campeona olímpica, el 31 de agosto de 1928,  fue la lanzadora de disco polaca Halina Konopacka (1900-1989), quien, con 39.62 m, superaba por 44 cm su propia plusmarca mundial. Nacida en una familia de deportistas, Konopacka había practicado equitación, patinaje, esquí y natación antes de dedicarse al lanzamiento de disco. Tras su retirada del disco en 1931 se dedicó al tenis. Casada con el Ministro del Tesoro de Polonia, Ignacy Matuszewski (1891-1946), tras la invasión alemana y soviética en 1939, ayudó a este a llevar las reservas de oro a Francia. Tras la ocupación alemana de este país, ambos huyeron a Estados Unidos, donde se quedaron a vivir. Ella continuó allí tras el fallecimiento de su marido. Posteriormente se dedicaría a la pintura.

El mismo día 31 de julio tuvo lugar la final de los 100 m lisos. La ganadora fue la estadounidense de 16 años Betty Robinson (1911-1999), que había empezado a entrenar el marzo de ese año, con un tiempo de 12.2, que igualaba su propia plusmarca mundial. Ganó también la plata en el relevo 4 x 100 m. En 1931 resultó herida grave en un accidente de avión. Inicialmente la dieron por muerta. Estuvo 7 semanas en coma y 2 años sin poder caminar normalmente. Aunque las secuelas en su rodilla le impedían adoptar la posición de salida en las pruebas de velocidad, en 1936, haciendo el tercer relevo del 4 x 100, con el equipo de Estados Unidos en la final olímpica, consiguió el segundo oro de su carrera.

El 2 de agosto tuvo lugar la polémica final de 800 m. El día anterior se habían celebrado las series clasificatorias, en número de tres. Las tres primeras pasaban a la final. La carrera definitiva resultó muy disputada. La japonesa Kinue Hitomi (1907-1931), que nunca había corrido la distancia antes de los Juegos, se colocó en la cabeza, mientras las alemanas Marie Dollinger (1910-1994) y Elfriede Wever (1900-1941) controlaban la carrera para su compatriota Linda Radke (1903-1983). Esta lanzó un ataque, a falta de 300 m y se proclamó campeona olímpica, con una nueva plusmarca mundial de 2:16.8, 0.8 menos que la japonesa, plata. Tras la carrera, varias participantes se tiraron al suelo para recuperarse. El ácido láctico tiene estas cosas. Numerosos miembros de organizaciones deportivas y de la prensa aprovecharon esta circunstancia para afirmar que era una carrera demasiado larga para las mujeres. Se llegó a decir que las mujeres que corriesen distancias largas envejecerían antes. El presidente del COI, el Conde de Baillet-Latour (1876-1942), llegó a abogar por la supresión del deporte femenino. En contra de esta opinión, muchos argumentaron que situaciones similares sucedían en competiciones masculinas. De hecho, en las dos primeras ediciones de los Juegos Mundiales Femeninos se habían corrido los 1000 m y en las dos siguientes los 800 m. Finalmente no se impuso la lógica y la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) eliminó la prueba del programa olímpico. No se recuperó hasta 1960.

La canadiense, nacida en Estados Unidos, Ethel Catherwood (1908-1987) fue la primera campeona olímpica de salto de altura. Sucedió el 5 de agosto de 1928. Un salto de 1.59 m, a 2 cm de la plusmarca mundial le valió el oro olímpico. Se ganó al público y a la prensa por su belleza. También destacó en el lanzamiento de jabalina, modalidad en que fue campeona canadiense, pero esta prueba no fue olímpica hasta 1932. Después de los Juegos se trasladó a California.

El mismo 5 de agosto se disputó la final del relevo 4 x 100 m, cuyo oro fue para el equipo canadiense formado por Ethel Smith (1907-1979), Bobbie Rosenfeld (1904-1969), Myrtle Cook (1902-1985) y Jane Bell (1910-1998), con 48.4, nueva plusmarca mundial. Estas cuatro mujeres, junto con las mencionadas Konopacke, Robinson, Radke y Catherwood fueron las ocho primeras campeonas olímpicas en cinco modalidades. Los prejuicios hicieron que la introducción de nuevas pruebas en el programa oficial femenino fuese muy lenta. Cincuenta y cinco años después, en el primer Campeonato del Mundo de Atletismo, celebrado en Helsinki, aún no había 5000, aunque sí 3000, ni 10 000 m, obstáculos, triple salto, salto con pértiga, lanzamiento de martillo o marcha. En la actualidad, el programa femenino casi se ha igualado al masculino. A la World Athletics le resta cambiar el heptatlón por decatlón en la categoría. Sería todo un espectáculo.

¿Es Carl Lewis el mejor atleta de la historia?

Hace unos días, en el grupo de aficionados al atletismo que nos seguimos en Twitter, surgió el tema de la figura de Carl Lewis (1961). El atleta de Birmingham (Alabama) ha levantado pasiones encontradas. Por un lado, sus inconmensurables méritos atléticos lo hacen acreedor de un lugar muy privilegiado en la historia del atletismo, pero hay una cara B. Su actitud un tanto displicente con los rivales, la prensa y los aficionados sigue generando mucho rechazo. En esta entrada se obviarán todas las cuestiones extradeportivas y se tratarán exclusivamente sus logros atléticos, que se compararán con otros grandes de la historia para tratar de responder a la pregunta de si Lewis es el mejor atleta de la historia.

Comparar atletas de una época con otra siempre resulta muy difícil. Los progresos en los métodos de entrenamiento, Medicina del Deporte, Fisioterapia, material, condiciones económicas, incremento en el número de practicantes hacen que marcas que en su momento parecían imposibles, como los 4 minutos en la milla, hoy sean habituales. Sin embargo, los mejores en cada momento de la historia eran los que más corrían, saltaban o lanzaban, en igualdad de condiciones con sus rivales. Para comparar épocas, probablemente los dos parámetros más sólidos sean el palmarés olímpico y las plusmarcas mundiales conseguidas, con alguna salvedad, puesto que por un lado el programa olímpico masculino anterior a 1928 era diferente y por otro el número de pruebas atléticas para hacer plusmarcas se ha ido reduciendo.

En cuanto al primer parámetro, el historial olímpico, Carl Lewis ha ganado 10 medallas, en cuatro pruebas diferentes, 9 de oro, en cuatro ediciones de los Juegos, de 1984 a 1996. Lewis fue campeón olímpico de 100 m en 1984 y 1988, de 200 m en 1984, de salto de longitud en 1984, 1988, 1992 y 1996 y de relevos 4 x 100 en 1984 y 1992. Además ganó la medalla de plata en los 200 m en 1988. Hay dos atletas con un palmarés semejante, el finlandés Paavo Nurmi (1897-1973) y el jamaicano Usain Bolt (1986).

Paavo Nurmi es el atleta con mejor historial olímpico. En tres ediciones de los Juegos, de 1920 a 1928, se hizo con 12 medallas, 9 de oro y 3 de plata. En 1920 ganó los 10 000 m, el campo a través en su modalidad individual y por equipos y fue plata en 5000 m. En 1924 fue campeón en 1500 m, 5000 m, 3000 m por equipos y el campo a través en ambas modalidades. Finalmente en 1928 se hizo con el oro en los 10 000 m y fue plata en 5000 m y 3000 m obstáculos. Aparentemente es un palmarés superior al de Lewis, pero hay que tener en cuenta que la doble medalla en campo a través lo fue por una sola prueba. Sería como si en 1984 y 1988 hubiese habido una clasificación por países en los 100 m y Lewis hubiese obtenido otras dos medallas de oro. Por este detalle, los nueve oros de Lewis parecen de más valor que los de Nurmi, pues este los consiguió en siete pruebas, mientras en estadounidense lo hizo en nueve.

Usain Bolt posee ocho oros olímpicos, en 100 m (2008, 2012, 2016), 200 m (2008, 2012, 2016) y relevos 4×100 m (2012, 2016). Bolt es el único velocista que ha hecho doblete en las dos pruebas individuales en tres ocasiones, lo que indica una superioridad y una longevidad que resultarán difíciles de igualar en el futuro. Inicialmente Bolt tenía nueve oros olímpicos, pues Jamaica había ganado el relevo en 2008, pero en 2017 un reanálisis de la muestra almacenada de Nesta Carter (1985), miembro del equipo ganador del relevo, encontró restos de la sustancia prohibida metilhexaneamina, lo que significó la descalificación del atleta y la pérdida del oro por parte de Jamaica. El resultado de la prueba no habría cambiado sin Carter, pero esto supuso que Bolt perdió el oro que lo igualaba con Lewis y con Nurmi. En cualquier caso, el palmarés de Lewis seguiría siendo ligeramente superior, pues, incluso sin la descalificación de Nesta, tendría una medalla más y oros en cuatro pruebas, por tres del jamaicano. En lo que Bolt supera a Lewis es en títulos mundiales al aire libre. El estadounidense prestó algo menos de atención a los Mundiales que a los Juegos y además hasta 1991 los campeonatos del Mundo se celebraban cada cuatro años. Entre 2007 y 2017 Bolt ganó 14 medallas, 11 de oro (3 en 100, 4 en 200 y 4 en el relevo). Lewis, entre 1983 y 1993 se hizo con 8 oros (3 en 100, 3 en relevo y 2 en longitud), una plata, en longitud, y un bronce, en 200 m. Dado que los Mundiales comenzaron a disputarse en 1983 no hay comparación posible con Nurmi.

La distribución de los 9 oros de Lewis le permitió igualar otros dos grandes logros olímpicos, más victorias en una sola edición de los Juegos con el formato actual y más triunfos consecutivos en la misma prueba. El objetivo de Lewis en su primera participación olímpica, en Los Ángeles 1984, era igualar a Jesse Owens (1913-1980) en los Juegos de Berlín. Owens, también nacido en Alabama, había logrado los títulos olímpicos en los 100, los 200 m, el relevo x 100 y el salto de longitud. Lewis consiguió en Los Ángeles el mismo resultado 48 años después. Nurmi, en 1924, había ganado 5 oros, pero dos de ellos fueron en la misma prueba, el campo a través, individual y por países. En los mismos Juegos, su compatriota Villie Ritola se había hecho 4 oros, pero uno fue el de campo a través por países. En 1900 el estadounidense Al Kraenzlein (1876-1928) había ganado en 60 m, 110 m vallas, 200 m y salto de longitud. Desde 1984, en categoría masculina, el atleta que ha obtenido más títulos olímpicos en una sola edición ha sido el mencionado Bolt, en 100, 200 y 4 x 100 en 2012 y 2016.

El otro logro olímpico igualado por Carl Lewis fueron cuatro triunfos consecutivos en la misma prueba. Lewis se hizo con los oros de salto de longitud en 1984, 1988, 1992 y 1996, igualando las cuatro victorias de Al Oerter (1936-2007), en lanzamiento de disco en 1956, 1960, 1964 y 1968. Otros dos atletas se han quedado cerca de este logro, el triplista georgiano, representante de la Unión Soviética, Viktor Saneyev (1945), oro en 1968, 1972, 1976 y plata en 1980, esta con la inestimable ayuda de los jueces de Moscú, y el jabalinista checo Jan Železný (1966), plata en 1988 y oro en 1992, 1996 y 2000.

En cuanto al parámetro de las plusmarcas mundiales, puede resultar complejo y confuso, pues en el pasado se disputaban distancias en las que hoy apenas se compite como las 100 yardas o las 3 millas. Por ello solo se van a considerar pruebas olímpicas, con lo que también queda excluida la pista cubierta. Con estas condiciones el atleta que más plusmarcas mundiales ha realizado es el pertiguista ucraniano Sergei Bubka (1962), con 17 al aire libre. Alguna de sus 18 en sala fue en su momento superior a su registro al aire libre. El historial olímpico de Bubka es, sin embargo, escaso para su enorme categoría, con un oro en 1988. A Nurmi se le homologaron 22 plusmarcas mundiales, aunque si solo se incluyen las distancias olímpicas fueron cinco. Bolt ha tenido ocho topes universales en pruebas olímpicas (3 en 100 m, 3 en 200 y 2 en el relevo), los últimos tres vigentes. En cuanto a Lewis, aunque nunca mostró demasiado interés en encabezar las listas de siempre, se le han homologado 8 plusmarcas mundiales, 4 en 100 m y 4 en el relevo. Pese a su gran dominio del salto de longitud, no ha conseguido nunca la plusmarca mundial, si bien posee desde 1984 el mejor registro de siempre en sala., con 8.79 m.

Con todos estos datos, para quien esto escribe, el palmarés de Lewis es ligeramente superior al de Bolt y al de Nurmi, lo que, de la forma más objetiva posible, lo convertiría en el mejor atleta de la historia. Pero en estas cuestiones también hay una parte subjetiva y, sin duda, la actitud de Lewis y alguna otra sombra hacen que en muchos casos este formidable atleta no provoque en el aficionado la reacción emocional que sí sucede con otros, no tan superlativos, pero con otras cualidades valorables.

Wilma Rudolph, la reina de Roma

Esta entrada se publicó por primera vez en el número 9 de la revista Somos atletismo del mes de febrero de 2021.

El atletismo femenino se convirtió en olímpico en los Juegos de Amsterdam de 1928. Sin embargo, el programa olímpico de las mujeres se encontraba en 1960, 32 años más tarde, muy lejos del de los hombres. En los Juegos de ese año, celebrados en Roma, tan solo tuvieron lugar 10 pruebas femeninas: 100, 200, 800 m lisos, 80 m vallas, el relevo 4 x 100 m, los saltos de altura y longitud y los lanzamientos de peso, disco y jabalina. Respecto a la edición anterior, se habían añadido los 800 m. Los de Roma fueron unos Juegos de hombres extraordinarios como Amin Hary (1937), Ottis Davis (1932), Carl Kauffman (1936-2008), Peter Snell (1938-2019), Herb Elliott (1938), Abebe Bikila (1932-1973), Rafer Johnson (1934-2020), Ralph Boston (1939), Al Oerter (1936-2007)…, pero también de una mujer extraordinaria, la gran reina de la competición, la velocista estadounidense Wilma Rudolph.

Wilma Gloelan Rudolph nació el 23 de julio de 1940 en Saint Bethlehem, Tennessee. Era la vigésima de los 22 hijos de Ed Rudolph. Fue prematura y de pequeña sufrió diversas enfermedades, de las que la poliomielitis fue la más grave, pues le limitó la movilidad de la extremidad inferior izquierda. Desde los 6 años necesitó una ortesis. Posteriormente cambió la ortesis por calzado ortopédico, lo que le permitió empezar a jugar al baloncesto, siguiendo los pasos de sus hermanos. A los 11 años ella misma decidió que ya no necesitaba calzado ortopédico. Siendo una joven espigada, llegaría a medir 1.80 m, continuó jugando al baloncesto en la escuela, con mucho éxito. Cuando Wilma tenía 14 años, el entrenador de atletismo femenino de la Universidad Estatal de Tennessee, Ed Temple (1927-2016), la vio en un partido de baloncesto. Se quedó impresionado por sus condiciones y la invitó a su programa de entrenamiento de verano en la Universidad. Una vez allí, Wilma se mostró tan superior al resto de las atletas que decidió cambiarse de deporte.

Enseguida se vio que había tomado la mejor decisión. El 25 de agosto de 1956 fue segunda en los 200 m de las pruebas de selección olímpica, celebradas en Washington. Con 16 años se convertía en la atleta más joven en conseguir una plaza olímpica. Tomaría parte en los 200 m y en el relevo 4 x 100 de los Juegos, que tendrían lugar en Melbourne a finales de noviembre. En los 200 m fue tercera en su serie con 24.6 y no pudo continuar, mientras que en el relevo realizó la tercera posta del equipo estadounidense que consiguió la medalla de bronce con 44.9, tras haber hecho 45.4 en las series. Terminó ese año con 11.7 en 100 y 24.2 en 200 m. Las plusmarcas mundiales eran entonces 11.3 y 23.2.

Sin duda, los excelentes resultados de los Juegos de 1956 animaron a Rudolph para continuar entrenando duramente en busca del oro olímpico de 1960. En 1958 hubo de interrumpir sus entrenamientos para dar a luz a su primera hija, Yolanda. Su padre fue un compañero del instituto, Robert Eldridge, con quien se casaría en 1963, tras un breve matrimonio previo. Poco después de tener a su hija, se matriculó en la Universidad Estatal de Tennessee. En 1959 se hizo con el oro en los 100 m y en el relevo 4 x 100 en los Juegos Panamericanos.

En 1960 su estado de forma era excelente. En las pruebas de selección olímpica, celebradas el 15 y 16 de julio en Abilene, Texas, ganó los 100 m con 11.5, igualando su propia plusmarca nacional, y los 200 m, con 23.9. La semana anterior en el campeonato de Estados Unidos (AAU) había conseguido su primera plusmarca mundial, al realizar 22.9 en los 200 m, la primera vez que una mujer corría por debajo de los 23 segundos.

En los Juegos Olímpicos de Roma no dio opción a sus rivales. Los 100 m se celebraron los días 1 y 2 de septiembre. Rudolph realizó el mejor tiempo en la primera ronda, 11.5 (11.65*), en los cuartos de final, 11.5 (11.70) y en la semifinal, 11:3 (11.41), igualando la plusmarca mundial. En la final, una gran salida la colocó en primera posición desde el inicio. Su progresión fue irresistible. Ganó con 11.0 (11.18), muy por delante de la británica Dorothy Hyman (1941), 11.3 (11.43), y de la italiana Giuseppina Leone (1934), 11.3 (11.48). El viento de 2.8 m/s impidió legalizar los tiempos de la final.

Al día siguiente, 3 de septiembre, Rudolph estaba de nuevo en la pista para disputar la primera ronda de los 200 m, cuya final tendría lugar el día 5. Como en los 100 m, se impuso con el mejor tiempo en todas sus carreras. En la primera ronda consiguió, con 23.2 (23.30), igualar la plusmarca olímpica. La semifinal y la final se celebraron el día 5, con lluvia y viento en contra, lo que perjudicó las marcas. Rudolph volvió a ser la mejor en la semifinal, con 23.7 (23.79). En la final de nuevo se mostró muy superior. Entró la primera con 24.0 (24.13), con una considerable ventaja sobre la alemana Jutta Heine (1940), 24.4 (24.58) y sobre Dorothy Hyman, 24.7 (24.82).

Tras sus dos oros individuales, a Rudolph le quedaba el relevo 4 x 100 m, que compartiría con tres compañeras de la Universidad de Tennessee, Martha Hudson (1939), Lucinda Williams (1937) y Barbara Jones (1937). En la semifinal, el 7 de septiembre, se impusieron con nueva plusmarca mundial de 44.4 (44.50). La final resultó algo más complicada, pues Jones entregó Rudolph en segundo lugar, pero esta, tras algún titubeo, fue capaz de superar a la alemana Heine, y conseguir su tercer oro, con un tiempo de 44.5 (44.72). Se convertía así en la primera mujer estadounidense que ganaba tres medallas de oro olímpicas.

Tras su actuación en Roma, Wilma Rudolph se transformó en una celebridad mundial. La prensa internacional rindió tributo a la mujer más rápida, El Tornado, La Gacela Negra, La Perla Negra. Su historia de superación, tras su mala salud infantil, se volvió una fuente de inspiración. De vuelta Clarksville, Tennessee, su lugar de residencia, se le preparó un gran homenaje. Las leyes de segregación continuaban vigentes en los Estados del Sur. Ante la insistencia de Wilma, se autorizó por primera vez en la historia de la ciudad un acto integrado.

Rudolph continuó compitiendo dos temporadas más. En 1961 estableció con 11.2 una nueva plusmarca mundial de 100 m. Se retiró con tan solo 22 años en 1962. No encontró motivación para intentar repetir el triplete olímpico en 1964. En 1963 se graduó en Educación Infantil y Primaria. Tras dejar la competición trabajó como profesora y entrenadora, y dedicó especial atención a la promoción del atletismo, sobre todo para la mujer y para las minorías. Falleció el 7 de noviembre de 1994 a causa de un tumor cerebral.

La historia de superación personal de Wilma Rudolph y sus logros olímpicos la han convertido en una referencia no solo del atletismo, sino del deporte. Una muchachita procedente de un medio desfavorecido, con graves problemas físicos, que acabó siendo la mejor velocista del mundo, la reina de Roma.

*Se muestra el tiempo oficial, manual, y el tiempo automático no oficial

El verdadero Harold Abrahams

Esta entrada se publicó por primera vez en el número 8 de la revista Somos Atletismo, de enero de 2021.

Uno de los campeones olímpicos que más éxito cinematográfico ha tenido es, sin duda, el británico Harold Abrahams (1899-1978), protagonista de la excelente y aclamada película Carros de fuego (Hugh Hudson, 1981). La cinta no solo se centra en los logros atléticos de Abrahams, sino también en la psicología del personaje, magníficamente interpretado por el recientemente fallecido Ben Cross (1947-2020). En una entrevista de 2012, el propio Cross calificaba a Abrahams como un hombre motivado por una mezcla de prejuicio y paranoia. Y es que parece que Abrahams, judío, corría no solo como reivindicación personal ante el antisemitismo de la época, sino también para superar a sus dos hermanos mayores, que, como él, habían sido atletas.

Harold Maurice Abrahams nació el 15 de diciembre de 1899 en Bedford, 74 Km al norte de Londres. Su padre, nacido Isaac Klonimus, era un judío que había huido de la Polonia ocupada por Rusia en los años 70 del siglo XIX. Se cambió el apellido a Abrahams y prosperó como financiero. Se casó con Esther Isaacs, judía galesa, con la que tuvo cuatro hijos, de los que, además de Harold, otros dos, Adolphe (1883-1967) y Sidney (1885-1957), fueron atletas. Adolphe Abrahams, después de haber practicado atletismo, fue uno de los pioneros de la Medicina del Deporte, y ejerció como médico del equipo olímpico británico desde 1912 hasta 1948. Sidney Abrahams, por su parte, tuvo una fructífera carrera atlética. Fue 5º en salto de longitud en los Juegos Intercalados de 1906, 11º en los Juegos Olímpicos de 1912 y campeón británico en 1913. Posteriormente ejerció de Juez Supremo en diversas colonias británicas.

El pequeño Harold, sin duda influido por sus hermanos, comenzó a practicar atletismo a los 10 años. A los 14 se quedó impresionado cuando, durante los campeonatos británicos de 1914, vio a Willie Applegrath (1890-1958) superar, con unos entonces estratosféricos 21.2, la plusmarca mundial de 220 yardas (201.08 m). Este tiempo se mantuvo en lo más alto de las tablas mundiales hasta 1928 y de las británicas hasta 1958. Abrahams tuvo la oportunidad de conocerlo y de competir contra él durante su estancia en el ejército en 1919, donde había obtenido el grado de teniente, mientras Applegrath era sargento.

El mismo 1919, Abrahams comenzó a estudiar Derecho en Cambridge. Un tiempo de 10.0 en 100 yardas (91.4 m) le permitió acudir a los Juegos Olímpicos de 1920, que se celebraban en la ciudad belga de Amberes. Resultó eliminado en los 100 y los 200 m en la segunda ronda, fue 20º en salto de longitud y 4º en el relevo 4 x 100 m.

En Cambridge, Abrahams formó parte de numerosos clubes sociales y deportivos, entre ellos el Achiles Club, un club atlético formado por miembros de Cambridge y de Oxford, del que fue fundador, junto con el mediofondista Evelyn Aubrey Montague (1900-1948) que, a diferencia de lo que se muestra en Carros de fuego, era de Oxford y no de Cambridge.

Abrahams continuó entrenando durante su estancia en la Universidad. En 1923 consiguió mejorar hasta 7.19 m en salto de longitud, plusmarca nacional, y 21.6 en 220 yardas en línea recta. Sin embargo, no había podido ganar en los campeonatos nacionales, ni en 100 ni en 220 yardas. Con los Juegos Olímpicos de París a un año vista, Abrahams decidió contratar los servicios de un entrenador profesional, Sam Mussabini (1867-1927), que había sido el técnico de campeones olímpicos como el surafricano Reggie Walker (1889-1951), oro en 100 m en 1908, o el británico, doble campeón olímpico en 1920 de 800 y 1500 m, Albert Hill (1889-1969). El que Mussabini fuese profesional, en un mundo de estrictas reglas amateur, provocó a Abrahams no pocos quebraderos de cabeza.

Mussabini decidió que su pupilo se dedicaría preferentemente a los 100 m, incrementó a tres los días de la semana de entrenamiento, algo inédito entonces, y se centró en la mecánica de carrera, especialmente en la zancada. Los concienzudos entrenamientos del invierno y primavera de aquella temporada de 1924 dieron sus frutos. En junio superó su propia plusmarca británica de salto de longitud con 7.38 m. e igualó la plusmarca mundial de 100 yardas, 9.6, si bien en pista con desnivel y con viento a favor. En los campeonatos británicos se impuso en las 100 yardas, 9.9, y en el salto de longitud, 6.92 m. Abrahams resultó seleccionado para los 100, 200 m, el relevo 4 x 100 m y el salto de longitud. Un escrito anónimo en el diario Daily Express, criticando que eran demasiadas pruebas para un solo hombre, hizo que los federativos limitasen la participación del atleta a la velocidad. Tiempo después se supo que el autor de la carta había sido el propio Abrahams.

En París tendría la formidable oposición de dos velocistas estadounidenses, considerados entonces los mejores del mundo, el campeón olímpico en 1920, acreditado en 10.2 en 110 yardas (100.54 m), Charles Paddock (1900-1943), y Jackson Scholtz (1897-1986), oro en 4 x 100 m en los anteriores Juegos. Los 100 m en París tendrían 4 rondas, que se celebrarían el 6, las dos primeras, y el 7 de julio, la semifinal y la final. Abrahams ganó cómodamente su serie de la primera ronda con 11.0. En los cuartos de final, el mismo día, igualaba la plusmarca olímpica con 10.6. En la semifinal, al día siguiente, repitió los 10.6 y superó a Paddock, mientras Scholtz se había impuesto en la primera serie con 10.8. Tras correr la semifinal, Abrahams se dio cuenta de que podía ganar y, según sus palabras, se sintió como un condenado esperando a subir al patíbulo. En la final, 45 minutos más tarde, Abrahams salió a la pista con lo que le había dicho su entrenador rondándole la cabeza. Piensa solo en dos cosas, el disparo y la cinta de llegada. Cuando oigas la primera, corre como alma que persigue el diablo hasta alcanzar la segunda. A la mitad de la carrera estaban cuatro corredores bastante igualados, pero finalmente Abrahams emergió como ganador, nuevamente con 10.6, Scholtz fue segundo con 10.7, y el neozelandés estudiante de Medicina en Oxford, Arthur Porritt (1900-1994), tercero. Porritt, que en Carros de fuego sale como Tom Watson, llegó a ser Gobernador General de Nueva Zelanda. Hasta la muerte de Abrahams, todos los 7 de julio, a las 19, día y hora de la final de los 100 m, acudía a la casa de este a cenar.

Tras su éxito en los 100 m, primer campeón olímpico europeo de 100 o 200 m, a Abrahams aún le quedaban los 200 y los relevos 4 x 100 m. En el doble hectómetro, tras registrar en su semifinal unos buenos 21.9, fue último en la final con 22.3. Ocuparon el podio Scholtz, Paddock y el escocés Eric Liddell (1902-1945), otro de los protagonistas de Carros de fuego, que ganaría brillantemente el oro en los 400 m. En el relevo, Abrahams participó haciendo la primera posta en las tres rondas. El equipo británico superó la plusmarca mundial, con 42.0 en la primera ronda. Mejoraron a 41.8 en la segunda semifinal, pero en la primera los estadounidenses habían hecho 41.0. Estos repitieron registro en la final, ganando el oro, con los británicos segundos a 0.2.

Abrahams abandonó el atletismo al año siguiente, tras una fractura saltando longitud. Trabajó como abogado, periodista deportivo, comentarista de la BBC y estadístico. Desde 1926 hasta su muerte, en 1978 fue miembro de la Federación Británica de Atletismo (la AAA, Amateur Athletics Association), que presidió en 1976. También fue miembro de la IAAF (hoy World Athletics), donde se dedicó mayormente a temas normativos. En 1934 se casó con la cantante de ópera Sybil Evers (1904-1963). En la película Carros de fuego, se relaciona a Abrahams erróneamente con otra cantante, Sybil Gordon (1902-1981), a la que habría conocido antes de los Juegos de París. Abrahams murió el 14 de enero de 1978, después de una vida casi completamente dedicada al atletismo. Aunque ya era una figura conocida y respetada en el mundo atlético, el éxito de la película de Hugh Hudson redobló su fama, hasta convertirlo, junto con Eric Liddell, en un icono del atletismo.

Los velocistas estadounidenses de los años 80

Esta entrada se publicó inicialmente en el número de septiembre de la revista Somos Atletismo.

La formidable exhibición de los velocistas estadounidenses de 100 y 200 m en los Juegos Olímpicos de 1964 y, sobre todo, en la pista sintética de Ciudad de México de los Juegos de 1968, a más de 2000 m de altitud, no tuvo continuidad en la siguiente década, la de los 70. Entre los Juegos de 1972 y de 1976, los estadounidenses no ganaron ninguna medalla de oro en los 100 o los 200 m. Se tuvieron que conformar con tres platas y un bronce. Incluso se quedaron fuera del podio de los 100 m en 1976, algo que solamente había sucedido en 1928. Por otro lado, la plusmarca mundial de 9.95 en los 100 m, conseguida por Jim Hines (1946) en la final de México, parecía imbatible. Aunque hubo muchos 9.9 manuales durante la década de los 70, el único tiempo automático por debajo de 10.00 fueron los 9.98 del cubano Silvio Leonard (1955) en altitud, en 1977. El mejor registro realizado por un estadounidense en esos años fue de 10.05 por Steve Riddick (1951) en 1975. En 200 m el italiano Pietro Mennea (1952-2013) superaba en 1979, con 19.72, en Ciudad de México, la plusmarca mundial del estadounidense Tommie Smith (1944), 19.83, conseguida en la final olímpica de 1968. Previamente, en 1971, el jamaicano Don Quarrie (1971) se había quedado muy cerca del tiempo de Smith, con 19.86 en altitud. La mejor marca de un estadounidense en los años 70 fue 20.03 de Clancy Edwards (1955) en 1978.

La década de los 80 tampoco comenzó bien para los deportistas de Estados Unidos. El Presidente James Carter (1924) decidió boicotear los Juegos Olímpicos que se celebrarían en Moscú en 1980. El año anterior los soviéticos habían invadido Afganistán. Eran tiempos de la Guerra Fría. En las pruebas de selección olímpica, que fueron simbólicas, pues entonces ya se conocía el boicot, un joven de 19 años llamado Carl Lewis (1961) había ocupado la cuarta plaza en los 100 m, lo que le habría dado derecho a participar en el relevo 4 x 100 m. Lewis dominaría de forma casi apabullante la velocidad mundial en los años 80 y más allá. Fue oro olímpico en 100 m en 1984 y 1988, en 200 en 1984, en el relevo corto en 1984 y 1992, y oro en 100 m y en el relevo en los Mundiales de 1983, 1987 y 1991. Compatibilizaba esta especialidad con el salto de longitud, concurso en el que fue tetracampeón olímpico. La plusmarca de Hines cayó en 1983, cuando Calvin Smith (1961), otro longevo velocista, realizó en altitud 9.93. Unas semanas antes, Lewis había corrido en 9.97 al nivel del mar. A finales de la década, la plusmarca mundial eran los 9.92 con que Lewis había ganado la final olímpica de 1988. Entonces, las marcas por debajo de 10.00 ya no eran una rareza.

De 1985 a 1988, el dominio de Lewis se vio amenazado por el canadiense Ben Johnson (1961), bronce olímpico en 100 m en 1984, que había derrotado al estadounidense en la final de 100 m del Mundial de 1987, con 9.83, y en la final olímpica de 1988, con 9.79. Ambos tiempos habrían sido sendas plusmarcas mundiales. Unos días después de esta última carrera se descubrió que el canadiense había consumido anabolizantes. Él mismo confesó unos meses después que llevaba desde 1981 utilizándolos, por lo que se le desposeyó también de su título mundial y de los tiempos conseguidos entonces. Desgraciadamente, fue una época en que se cometieron demasiados excesos.

En cuanto a Calvin Smith, también tuvo una carrera deportiva bastante larga, aunque no tanto como Lewis. Fue campeón mundial de 200 m en 1983 y 1987, subcampeón mundial de 100 m en 1983, oro en 4×100 en el Mundial de 1983 y en los Juegos de 1984 y bronce en 100 m en los Juegos de 1988.

Pese al mal comienzo con el boicot a los Juegos de Moscú, los años 80 fueron sin duda los de la recuperación de la velocidad estadounidense. En los Juegos de 1984 y de 1988 Estados Unidos se llevó los 4 oros, y ganó un total de 9 medallas. En los campeonatos del mundo de 1983 y 1987 también se hizo con todos los oros y tres medallas más. Lewis y, en menor medida, Calvin Smith fueron sus estandartes, pero hubo numerosísimos velocistas, de inmensa calidad, que se vieron ensombrecidos por estos dos grandes. Algunos ganaron medallas olímpicas o mundiales. Otros realizaron grandes registros, pero no pudieron llegar a la gran competición, al no superar las exigentes pruebas de selección de su país. También el fútbol americano se llevó a unos cuantos de estos velocistas. Esta es la historia de algunos de ellos.

James Sandford (1957) ganó los 100 m de la Copa del Mundo en 1979. En 1980 corrió en 10.02, que acabaría siendo la mejor marca mundial de ese año, pero se lesionó y no pudo disputar las pruebas de selección olímpica. El ganador de estas pruebas, Stanley Floyd  (1961), llegó a registrar 10.03 en 1982. No disputó ningún gran campeonato. En 1983 aceptó una oferta de la NFL (National Football Association). No tuvo mucho éxito y volvió al atletismo en 1987. El segundo en esta carrera fue Harvey Glance (1957). Glance había sido campeón olímpico del relevo 4×100 m en 1976 y cuarto en la prueba individual. Su carrera atlética se extendió hasta 1987, año que fue campeón mundial de 4×100 m. En 1985 corrió su 100 más rápido, en  10.05. Mel Lattany (1959) ocupó el tercer puesto de esta prueba de selección. En 1984 realizó, con 9.96, su mejor tiempo de siempre y el mejor mundial del año. No consiguió, sin embargo, el pasaporte olímpico. En 1981, con 20.21, se impuso en el 200 de la Copa del Mundo. En 1985 hizo una prueba para los Dallas Cowboys de la NFL, pero no resultó exitosa. Cualquiera de estos tres atletas habría sido un rival formidable para el campeón olímpico ese año, el escocés Alan Wells (1952).

Vídeo sobre Mel Lattany

En los 200 m de estas pruebas de selección se impuso James Butler (1960), quien haría su mejor marca, 20.23, en 1982. Aunque corrió hasta finales de la década nunca pudo clasificarse para un gran campeonato. El gran derrotado en esta distancia en las pruebas clasificatorias fue LaMonte King (1959), que tenía la mejor marca, 20.08 y ocupó la cuarta posición. Acreditaba además 8.22 m en longitud. Tampoco llegaría a disputar ningún gran campeonato.

La velocidad corta del primer campeonato del Mundo, celebrado en Helsinki en 1983, fue un festival estadounidense. Solo dejaron escapar el bronce de los 200 m, que fue para Pietro Mennea. En 100 hubo triplete con Lewis, Smith y Emmit King (1959). Ellos tres, junto con Willie Gault (1960), ganaron además el oro en el relevo 4×100 m, con plusmarca mundial de 37.86. King siguió compitiendo hasta 1988, año en que hizo 10.04, su mejor registro, pero no volvió a ningún gran campeonato. En cuanto a Willie Gault, compatibilizaba esta prueba con los 110 m vallas. Realizó en 1982 con 10.10 y 13.26 sus mejores marcas. Tras proclamarse campeón del mundo en el relevo, comenzó a jugar en la NFL. Ya había practicado el fútbol americano previamente.

En los 200 m de Helsinki hubo doblete estadounidense con Calvin Smith y Elliot Quow (1962). Quow tuvo ese 1983 como su año dorado de una corta carrera atlética. Hizo también su mejor marca de 20.16, cuarta de ese año, precedido por Lewis con 19.75, Smith con 19.99 y el saltador de longitud Larry Myricks (1956), acreditado entonces en 8.52 m, con 20.03. Lewis se quedó a 0.03 de la plusmarca mundial, frenándose antes de llegar a la meta. Sería esta su mejor marca de siempre.

En los Juegos Olímpicos de 1984 se repitió la superioridad estadounidense en los 100 y 200 m. Tan solo dejaron de ganar el bronce en el 100. Lewis se convirtió en la estrella de los Juegos, al igualar el logro de Jesse Owens (1913-1980) de 1936 con los oros en 100, 200, 4×100 y salto de longitud. En la prueba corta se vio acompañado un peldaño por debajo del podio por Sam Graddy (1964). El tercer estadounidense, Ron Brown (1961), ocupó la cuarta posición. Los tres, junto con Calvin Smith, se hicieron con el oro en el relevo, con una nueva plusmarca mundial de 37.83. Graddy corrió ese año en 10.09. Brown había hecho 10.06 el año anterior. Ambos acabaron jugando en la NFL, el primero en 1987 y el segundo ese mismo 1984.

En la final olímpica de 200 m hubo triplete estadounidense. Lewis, que había ganado en 19.80, se vio escoltado por Kirk Baptiste (1963), con 19.96, y Thomas Jefferson (1962), con 20.26. Baptiste, que se convertía en el cuarto atleta más rápido de siempre, tuvo una carrera deportiva corta, que solo se prolongó por dos años más. Jefferson también alcanzó su cénit en Los Ángeles, si bien siguió compitiendo con altibajos hasta 1991, año en que hizo su mejor marca, 20.21. De los que no se clasificaron para los Juegos, destaca Albert Robinson (1964), que había corrido semanas antes de las pruebas de selección en 20.07. En 1988 hizo 20.05 y quedó cuarto en las pruebas para los Juegos. Consiguió clasificarse en el relevo 4×100 m, pero el equipo estadounidense resultó descalificado en su serie.

En 1989 se desposeyó del título y de la plusmarca mundial, conseguidos en Roma en 1987, a Ben Johnson, con lo que Lewis pasó a ser campeón del mundo y, retrospectivamente, pues entonces ya había mejorado esa marca, coplusmarquista mundial con 9.93, el mismo tiemo que Calvin Smith, si bien este lo había conseguido en altitud. Smith renovó en Roma su oro en 200 m. El sexto en esta final fue otro estadounidense, Floyd Heard (1966), que ese año había corrido en 19.95. Heard tuvo una larga carrera, hasta 2002. Hizo su mejor marca, 19.88, en 2000. Sin embargo, como tantos otros, no pudo clasificarse para ningún otro gran campeonato. El también estadounidense, Lee McRae (1966) fue sexto en los 100 m de este mundial y campeón del relevo 4×100. Es más conocido por la plusmarca mundial de 6.50 en 1987 en 60 m bajo techo.

Para los Juegos Olímpicos de 1988 volvieron a clasificarse los clásicos Carl Lewis, que ganó el 100 y fue, sorprendentemente, segundo en 200, y Calvin Smith, que fue tercero en 100 m. El segundo en los 100 m, Dennis Mitchell (1966), corrió ese año en 10.03 y ocupó el cuarto lugar en la final olímpica. Llegaría a realizar 9.91. En el último tramo de su carrera tuvo problemas por consumo de sustancias prohibidas. La sorpresa de los 200 m fue Joe DeLoach (1967), que no solo derrotó a Lewis en las pruebas de selección, sino que lo hizo también en la final olímpica, llevándose el oro con 19.75, 0.04 menos que su rival. Ese año realizó también 10.03 en 100 m. No volvió, sin embargo, a alcanzar el nivel de esa temporada y se retiró cuatro años más tarde, acuciado por interminables problemas físicos.  El tercer estadounidense fue Roy Martin (1966), acreditado en 20.05 de ese año. No pasó a la final, ni tuvo continuidad atlética. De los no clasificados destaca Lorenzo Daniel (1966), que había acreditado 19.87 antes de las pruebas de selección, pero se lesionó. Nunca tomó parte en un gran campeonato.

La descalificación de Ben Johnson en la final de 100 m, dio el oro a Lewis y el bronce a Calvin Smith. Los 9.92 de Lewis esta carrera acabaron siendo plusmarca mundial, tras anularse al año siguiente, como ya se ha indicado, los 9.83 de Johnson de la final de Roma. Lewis aún mejoraría esta plusmarca cuando se proclamó campeón mundial en 1991 con 9.86. La plusmarca de 200 m de Mennea sobrevivió hasta 1996, cuando Michael Johnson (1966) corrió en 19.66. Cuatro años antes, en la semifinal de los Juegos de 1992, Mike Marsh (1967) había realizado, parándose, 19.73

A finales de la década comenzaron a aparecer en las listas mundiales atletas que destacarían notablemente en la década siguiente como Leroy Burrell (1967), André Cason (1969), Mike Marsh o Michael Johnson. Sin duda, Estados Unidos en los 80 volvió a ser un país pródigo en grandes velocistas, pero la durísima competencia impidió a la mayoría brillar con continuidad, lo que añade un enorme mérito a los que sí consiguieron mantenerse en lo más alto durante varias temporadas.

La carrera más sucia de la historia

Richard Moore (1973) es un escritor y periodista escocés y antiguo ciclista. Ha escrito varios libros sobre ciclismo y, muy crítico con las drogas en el deporte, publicó en 2012 La carrera más sucia de la historia: Ben Johnson, Carl Lewis y la final olímpica de 100 m de Seúl, publicada en español por Libros de la ruta en 2018. Esta carrera fue, probablemente, el caso más famoso de la historia de uso de drogas prohibidas en una competición atlética.

En los Juegos Olímpicos de 1984, el estadounidense Carl Lewis (1961) se había convertido en una estrella al igualar los cuatro oros de Jesse Owens (1913-1980) en los Juegos de 1936. Lewis no tuvo rival en ninguna de las cuatro pruebas, 100 m, 200 m, salto de longitud y relevos 4 x 100m. En la distancia más corta, un canadiense de pocas palabras, inmigrante de Jamaica, había conseguido con su bronce impedir el triplete estadounidense. Su nombre, Ben Johnson (1961), apenas sonaba entonces en los ambientes atléticos, pero estaba a punto de comenzar una pugna que superaría con mucho el espacio mediático del atletismo y del deporte.

Cuatro años después, el 24 de septiembre de 1988, Carl Lewis se encontraba en Seúl, en la línea de salida de la final de los 100 m. El estadounidense había acudido a Corea del Sur con la intención de repetir los cuatro oros olímpicos de los anteriores Juegos. Esta vez no lo tendría nada fácil. Ben Johnson, a quien había derrotado fácilmente en 1984, lo había batido en 6 de los 10 anteriores enfrentamientos entre ambos, incluyendo la final del Mundial de Roma el año anterior, en la que el canadiense se había hecho con una estratosférica plusmarca mundial de 9.83. Lewis se encontraba, no obstante, confiado. Esa temporada solo habían coincidido un mes antes, en Zúrich, y el resultado fue contundente para Lewis, 9.93 contra 10.12 de Johnson, derrotado también por otro estadounidense, Calvin Smith (1961), 9.97. Pero en la carrera decisiva, Johnson pareció de otro mundo. Lewis marcó su mejor tiempo de siempre, 9.92, pero se quedó lejísimos del canadiense quien, parándose, registró unos asombrosos 9.79. La expresión en la cara del estadounidense tras su contundente derrota lo decía todo.

La final había superado todas las expectativas con un crono para la historia pero… no era real. Hacia el final del mismo día 24, se supo que en una de las muestras analizadas había restos de un esteroide anabolizante llamad estanozolol. El 25 de madrugada, con el conocimiento de que la muestra pertenecía a Ben Johnson, se comunicó el resultado al equipo canadiense y horas después el contraanálisis resultaba también positivo. El día 26 a las 10 de la mañana el Comité Olímpico Internacional comunicaba en una rueda de prensa la noticia. El movimientos olímpico, los patrocinadores y los aficionados de todo el mundo recibían un terrible mazazo. El velocista que representaba la imagen del atletismo era falso.

Moore cuenta todo esto hacia el final de su libro. Dedica las páginas anteriores a hacer una semblanza bastante detallada de las trayectorias de ambos atletas. Entrevista a 36 personas relacionadas de alguna manera con este oscuro episodio, entre ellas los propios protagonistas.

Lewis, criado en una familia de clase media muy interesada en el deporte, se convirtió en millonario antes de los Juegos de 1984 gracias al atletismo, pese a que, oficialmente, seguía siendo amateur. Un personaje clave en su vida es su representante Joe Douglas (1936), fundador del Santa Monica Track Club, capaz de gestionar cantidades de dinero entonces impensables para sus atletas por competir en Europa. Curiosamente, Douglas no tenía buena opinión de los velocistas, a los que consideraba indisciplinados y poco constantes. Cambió viendo al actitud de Lewis. Moore cuenta que ambos, Lewis y Douglas, esperaban un mayor beneficio económico, en forma de patrocinadores, tras los Juegos de Los Ángeles. Pero el interés por el atletismo en Estados Unidos era limitado y el atletismo aún estaba saliendo del amateurismo. No evita el autor, detallar la actitud arrogante y los problemas de Lewis con sus compañeros, así como sus reticencias para entrenar el relevo. También cuenta su poco exitosa carrera musical.

Los orígenes de Johnson fueron muy distintos. Procedía de una familia de Jamaica que había emigrado a Toronto. El personaje fundamental para Johnson fue su entrenador Charlie Francis (1948-2010), un antiguo velocista acreditado en 10.1, que enseguida introdujo a su pupilo en el mundo de los esteroides. Pronto Carl Lewis, con quien siempre mantuvo una relación agria, se convirtió en su objetivo.

Moore cuenta cómo el uso de sustancias prohibidas era bastante generalizado en los años 80, con unos métodos de detección claramente insuficientes, y unos dirigentes poco interesados en investigar demasiado.

Pero lo que más destaca el autor, y de ahí el título, es que de los 8 finalistas de la carrera de Seúl, 6 tuvieron en algún momento relaciones más o menos oscuras con las sustancias prohibidas. Tan solo Calvin Smith, bronce, y el brasileño Robson Caetano da Silva (1964), 5º, mostraton una carrera atlética limpia. Smith ha declarado en numerosas ocasiones que se considera el vencedor de aquella carrera. Carl Lewis dio positivo por estimulantes durante las pruebas de selección olímpica de 1988. Alegó la ingesta de un producto de herboristería que contenía esas sustancias prohibidas. Se libró de una sanción de 3 meses que le habría impedido ir a los Juegos. El británico Linford Christie (1960), plata, vivió una situación similar con estimulantes tras ser 4º en los 200 m de Seúl. Se aceptaron sus explicaciones. No obstante, en 1990 dio positivo por anabolizantes. Al estadounidense Dennis Mitchell (1966) se le detectaron restos de testosterona en 1996. El canadiense Desai Williams (1959), entrenado por Francis, 6º en la final, seguía un programa de consumo de esteroides similar al de Jonhson. Por último, el jamaicano Ray Stewart (1965) , que se lesionó, aunque consiguió llegar a la meta, se vio implicado en un asunto de tráfico y administración de sustancias prohibidas a los atletas que entrenaba en 2008.

En su país de acogida Johnson pasó de héroe a villano. Gran parte de la prensa lo calificó de traidor y de tramposo. El Gobierno de Canadá decidió abrir una comisión de investigación, presidida por el juez Charles Dubin (1921-2008), que descubrió un uso bastante generalizado de sustancias prohibidas en el deporte. Johnson, tras haber negado cualquier relación con estos productos, acabó confesando que usaba esteroides desde principios de los 80. Se dijo que para recuperarse de la lesión que había tenido a mitad de la temporada de 1988, el atleta incumplió los plazos para que los restos del fármaco desapareciesen de su organismo. Sin embargo, Johnson siempre ha negado este extremo, alegando que, aunque consumía esteroides, jamás había usado el estanozol y que le habían tendido una trampa.

En resumen, un libro muy recomendable para conocer el mundillo atlético de los años 80 y para profundizar en el mundo de las drogas, tal vez la parte más oscura del deporte.