En 1863, durante de Guerra de Secesión Estadounidense, el presidente Abraham Lincoln (1809-1865) decretó la libertad de todos los esclavos de los territorios rebeldes. Conforme las tropas de la Unión fueron ocupando estos territorios, los esclavos se fueron convirtiendo en hombres libres. Al finalizar la guerra, de forma progresiva se abolió la esclavitud como institución y se concedió a los antiguos esclavos la ciudadanía estadounidense y, a los varones, el derecho al voto. La situación legal de los nuevos ciudadanos fue correcta hasta que, en 1877, el ejército abandonó los territorios del Sur. A partir de entonces se produjo un progresivo cambio legal que, acompañado de una enorme presión social, acabó convirtiendo, de hecho, a los estadounidenses de raza negra en ciudadanos de segunda. Como la nueva situación apenas les permitía prosperar, la mayoría continuaron trabajando en las plantaciones, en condiciones no muy diferentes a las de antes de la guerra. Muchos de ellos, hasta 6 millones, acabaron formando parte de la Gran Migración, que desde principios del siglo XX los llevó a diversos estados del Norte para trabajar en la industria y en servicios. Pese a que su calidad de vida era menos mala que en el Sur, seguían sufriendo una dura discriminación, que se reflejaba legalmente en establecimientos o transportes públicos, donde ocupaban lugares destinados específicamente para ellos. Jesse Owens (1913-1980), cuyos padres habían emigrado a Ohio, se sorprendió de que no hubiese habitaciones para negros en Berlín. En alguna ocasión tuvo que entrar por la puerta de servicio para acudir a su propio homenaje.
Las cosas no cambiaron demasiado durante varias décadas, pero a partir de los años 50 algo comenzó a moverse. Rosa Parks (1913-2005) llevó la cuestión de la discriminación al primer plano mediático cuando se negó a ceder su asiento en un autobús y acabó detenida. Aunque para John Kennedy (1917-1963) el asunto de los derechos civiles no era prioritario cuando resultó elegido presidente de Estados Unidos, cambió pronto de opinión, principalmente por influencia de su hermano, el Fiscal General Robert Kennedy (1923-1968). En 1962, James Meredith (1933) había ganado en los tribunales el derecho a que no se le aplicasen las leyes de segregación de la Universidad de Mississippi y se le admitiese libremente. Ante la negativa del gobernador Ross Barnett (1898-1987), los Kennedy enviaron al ejército, para asegurar la entrada de Meredith en la universidad. Uno de los líderes de los derechos civiles, Martin Luther King (1929-1968), abogaba por un movimiento pacífico, que culminó con la marcha sobre Washington y su famoso discurso Yo tengo un sueño. Otros movimientos fueron menos pacíficos, como el del Black Power, una asociación antisistema ambigua con la violencia. El asesinato de John Kennedy en 1963 no impidió que su sucesor, Lyndon B Johnson (1908-1973), declarase en 1964 ilegal la segregación. Los problemas, sin embargo, continuaron. En 1968 se produjeron los asesinatos de Robert Kennedy y de Martin Luther King. A principios de septiembre se celebraban las pruebas de selección para los Juegos de México.
La USTAF decidió celebrar las pruebas en un lugar que se pareciese a la Ciudad de México. Para ello se construyó una pista de tartán en Echo Summit (California), a 2250 m de altura. La combinación de altitud y material sintético junto con la irrupción de la mejor generación de velocistas, negros, desde los años 30 hizo que las marcas fuesen estratosféricas. Jim Hines (1945) ganó el 100 con 10,11 (10,0). John Carlos (1945) se impuso en el 200 a Tommie Smith (1944), que había preferido esta prueba al 400, con nueva plusmarca mundial de 19,92 (19,7). Y Lee Evans (1947) también se hizo con una nueva plusmarca mundial de 44,06 (44,0) en una carrera con 4 atletas por debajo de 45,00. Además de Evans, Larry James (1947-2008), 44,19 (44,1), Ron Freeman (1947), 44,62 (44,6) y Vince Matthews (1947), 44,86 (44,8). La IAAF finalmente no ratificó los tiempos de Carlos y de Evans como plusmarcas mundiales por haberlas hecho con zapatillas no reglamentarias.
La buena forma mostrada por los velocistas estadounidenses se confirmó en los Juegos. Así, el 14 de octubre, Jim Hines se convertía en el primer atleta en correr los 100 m por debajo de 10,00, con 9,95 en una final con 8 atletas negros por primera vez en la historia. En los 200 m, John Carlos era el favorito, pero finalmente solo pudo ser bronce, con 20,10 en la final celebrada el 16 de octubre. Tommie Smith hizo una fantástica carrera que lo catapultó a la primera posición con plusmarca mundial de 19,83 parándose en los metros finales. La plata fue para el australiano Peter Norman (1942-2006), con 20,06.
Lo sucedido en la ceremonia de entrega de medallas ya pertenece a la historia, no solo del deporte. Tanto Smith como Carlos formaban parte del Proyecto Olímpico pro Derechos Humanos (OHRP), una organización que denunciaba la segregación racial. Decidieron mostrar públicamente su protesta enfundándose guantes negros, símbolo del Black Power, durante la entrega de medallas. Como solo tenían un par, cada uno se puso un solo guante. Peter Norman mostró su solidaridad llevando una placa del OHRP. Al terminar la ceremonia Carlos dijo a la prensa: Cuando gano soy americano, cuando pierdo solo un negro. El COI, pese a la oposición del comité estadounidense, decidió expulsar a ambos de la Villa Olímpica. De vuelta a Estados Unidos, su vida no fue muy fácil. Tuvieron problemas económicos y recibieron amenazas de muerte. No le fue mucho mejor a Norman en su país, en el que hasta pocos años antes los aborígenes no tenían categoría de humanos. Se convirtió en un paria social. Falleció en 2006. Smith y Carlos se desplazaron a Melbourne, donde portaron su féretro y despidieron a su amigo con un emotivo discurso en el que ensalzaron su valentía al apoyar su causa. En 2012, el Parlamento Australiano aprobó una moción en la que reconocía los valores humanos de Norman y pedía disculpas por el trato dispensado al atleta a su vuelta a Australia de México.
La expulsión de sus amigos Smith y Carlos hizo a Lee Evans tomar la decisión de retirarse él mismo de los Juegos. Afortunadamente Carlos le convenció de que el mejor homenaje que podía hacerles era ganar el 400 y el 4 x 400. El 18 de octubre, México fue testigo de uno de los mejores 400 de la historia. Lee Evans ganaba con una nueva plusmarca mundial de 43,86 y Larry James era segundo con 43,97, dos tiempos impensables entonces y que siguen siendo de los más rápidos del la historia.
Dos días después, Evans junto con James, Freeman y Matthews conseguía para Estados Unidos el oro en 4 x 400 con plusmarca mundial de 2:56,16. Segundo fue el cuarteto keniano, con un primer relevista llamado Daniel Rudisha (1945). 44 años después, en los Juegos de Londres, su hijo, David, protagonizaría la mejor carrera de 800 m de la historia. Los 4 componentes del equipo estadounidense acudieron al podio ataviados con boinas negras, símbolo del Black Power.
Los Juegos de México resultaron inolvidables, no solo por el enorme nivel atlético, nunca superado, sino también porque un grupo de atletas supo reivindicar lo que consideraban justo a un coste personal enorme. Sin duda, Smith y Carlos merecían haber nacido 15 años más tarde porque en los 80 habrían podido desarrollar todo su talento en un contexto ya profesional. Habrían sido unos héroes de multitudes, aunque pensándolo bien, héroes ya lo son, y siempre lo serán.