El poder de la velocidad negra en los Juegos de México

En 1863, durante de Guerra de Secesión Estadounidense, el presidente Abraham Lincoln (1809-1865) decretó la libertad de todos los esclavos de los territorios rebeldes. Conforme las tropas de la Unión fueron ocupando estos territorios, los esclavos se fueron convirtiendo en hombres libres. Al finalizar la guerra, de forma progresiva se abolió la esclavitud como institución y se concedió a los antiguos esclavos la ciudadanía estadounidense y, a los varones, el derecho al voto. La situación legal de los nuevos ciudadanos fue correcta hasta que, en 1877, el ejército abandonó los territorios del Sur. A partir de entonces se produjo un progresivo cambio legal que, acompañado de una enorme presión social, acabó convirtiendo, de hecho, a los estadounidenses de raza negra en ciudadanos de segunda. Como la nueva situación apenas les permitía prosperar, la mayoría continuaron trabajando en las plantaciones, en condiciones no muy diferentes a las de antes de la guerra. Muchos de ellos, hasta 6 millones,  acabaron formando parte de la Gran Migración, que desde principios del siglo XX los llevó a diversos estados del Norte para trabajar en la industria y en servicios. Pese a que su calidad de vida era menos mala que en el Sur, seguían sufriendo una dura discriminación, que se reflejaba legalmente en establecimientos o transportes públicos, donde ocupaban lugares destinados específicamente para ellos. Jesse Owens (1913-1980), cuyos padres habían emigrado a Ohio, se sorprendió de que no hubiese habitaciones para negros en Berlín. En alguna ocasión tuvo que entrar por la puerta de servicio para acudir a su propio homenaje.

Las cosas no cambiaron demasiado durante varias décadas, pero a partir de los años 50 algo comenzó a moverse. Rosa Parks (1913-2005) llevó la cuestión de la discriminación al primer plano mediático cuando se negó a ceder su asiento en un autobús y acabó detenida. Aunque para John Kennedy (1917-1963) el asunto de los derechos civiles no era prioritario cuando resultó elegido presidente de Estados Unidos, cambió pronto de opinión, principalmente por influencia de su hermano, el Fiscal General Robert Kennedy (1923-1968). En 1962, James Meredith (1933) había ganado en los tribunales el derecho a que no se le aplicasen las leyes de segregación de la Universidad de Mississippi y se le admitiese libremente. Ante la negativa del gobernador Ross Barnett (1898-1987), los Kennedy enviaron al ejército, para asegurar la entrada de Meredith en la universidad. Uno de los líderes de los derechos civiles,  Martin Luther King (1929-1968), abogaba por un movimiento pacífico, que culminó con la marcha sobre Washington y su famoso discurso Yo tengo un sueño. Otros movimientos fueron menos pacíficos, como el del Black Power, una asociación antisistema ambigua con la violencia. El asesinato de John Kennedy en 1963 no impidió que su sucesor, Lyndon B Johnson (1908-1973), declarase en 1964 ilegal la segregación. Los problemas, sin embargo, continuaron. En 1968 se produjeron los asesinatos de Robert Kennedy y de Martin Luther King. A principios de septiembre se celebraban las pruebas de selección para los Juegos de México.

La USTAF decidió celebrar las pruebas en un lugar que se pareciese a la Ciudad de México. Para ello se construyó una pista de tartán en Echo Summit (California), a 2250 m de altura. La combinación de altitud y material sintético junto con la irrupción de la mejor generación de velocistas, negros, desde los años 30 hizo que las marcas fuesen estratosféricas. Jim Hines (1945) ganó el 100 con 10,11 (10,0). John Carlos (1945) se impuso en el 200 a Tommie Smith (1944), que había preferido esta prueba al 400, con nueva plusmarca mundial de 19,92 (19,7). Y Lee Evans (1947) también se hizo con una nueva plusmarca mundial de 44,06 (44,0) en una carrera con 4 atletas por debajo de 45,00. Además de Evans, Larry James (1947-2008), 44,19 (44,1), Ron Freeman (1947), 44,62 (44,6) y Vince Matthews (1947), 44,86 (44,8). La IAAF finalmente no ratificó los tiempos de Carlos y de Evans como plusmarcas mundiales por haberlas hecho con zapatillas no reglamentarias.

La buena forma mostrada por los velocistas estadounidenses se confirmó en los Juegos. Así, el 14 de octubre, Jim Hines se convertía en el primer atleta en correr los 100 m por debajo de 10,00, con 9,95 en una final con 8 atletas negros por primera vez en la historia. En los 200 m, John Carlos era el favorito, pero finalmente solo pudo ser bronce, con 20,10 en la final celebrada el 16 de octubre. Tommie Smith hizo una fantástica carrera que lo catapultó a la primera posición con plusmarca mundial de 19,83 parándose en los metros finales. La plata fue para el australiano Peter Norman (1942-2006), con 20,06.

Lo sucedido en la ceremonia de entrega de medallas ya pertenece a la historia, no solo del deporte. Tanto Smith como Carlos formaban parte del Proyecto Olímpico pro Derechos Humanos (OHRP), una organización que denunciaba la segregación racial. Decidieron mostrar públicamente su protesta enfundándose guantes negros, símbolo del Black Power, durante la entrega de medallas. Como solo tenían un par, cada uno se puso un solo guante. Peter Norman mostró su solidaridad llevando una placa del OHRP. Al terminar la ceremonia Carlos dijo a la prensa: Cuando gano soy americano, cuando pierdo solo un negro. El COI, pese a la oposición del comité estadounidense, decidió expulsar a ambos de la Villa Olímpica. De vuelta a Estados Unidos, su vida no fue muy fácil. Tuvieron problemas económicos y recibieron amenazas de muerte. No le fue mucho mejor a Norman en su país, en el que hasta pocos años antes los aborígenes no tenían categoría de humanos. Se convirtió en un paria social. Falleció en 2006. Smith y Carlos se desplazaron a Melbourne, donde portaron su féretro y despidieron a su amigo con un emotivo discurso en el que ensalzaron su valentía al apoyar su causa. En 2012, el Parlamento Australiano aprobó una moción en la que reconocía los valores humanos de Norman y pedía disculpas por el trato dispensado al atleta a su vuelta a Australia de México.

La expulsión de sus amigos Smith y Carlos hizo a Lee Evans tomar la decisión de retirarse él mismo de los Juegos. Afortunadamente Carlos le convenció de que el mejor homenaje que podía hacerles era ganar el 400 y el 4 x 400. El 18 de octubre, México fue testigo de uno de los mejores 400 de la historia. Lee Evans ganaba con una nueva plusmarca mundial de 43,86 y Larry James era segundo con 43,97, dos tiempos impensables entonces y que siguen siendo de los más rápidos del la historia.

Dos días después, Evans junto con James, Freeman y Matthews conseguía para Estados Unidos el oro en 4 x 400 con plusmarca mundial de 2:56,16. Segundo fue el cuarteto keniano, con un primer relevista llamado Daniel Rudisha (1945). 44 años después, en los Juegos de Londres, su hijo, David, protagonizaría la mejor carrera de 800 m de la historia. Los 4 componentes del equipo estadounidense acudieron al podio ataviados con boinas negras, símbolo del Black Power.

Los Juegos de México resultaron inolvidables, no solo por el enorme nivel atlético, nunca superado, sino también porque un grupo de atletas supo reivindicar lo que consideraban justo a un coste personal enorme. Sin duda, Smith y Carlos merecían haber nacido 15 años más tarde porque en los 80 habrían podido desarrollar todo su talento en un contexto ya profesional. Habrían sido unos héroes de multitudes, aunque pensándolo bien, héroes ya lo son, y siempre lo serán.

Cuando los jueces se convierten en protagonistas

A diferencia de otros deportes en que la labor de los árbitros / jueces resulta cuestionada constantemente, en atletismo el importantísimo trabajo de los jueces suele pasar desapercibido. La tecnificación de los métodos de medida hace que la inexacta apreciación humana tenga cada vez menos importancia. No siempre fue así. Hoy día tanto el cronometraje como la determinación de salidas nulas se hacen electrónicamente, pero  hasta 1977 no dejó de considerarse el cronometraje manual para homologar las marcas en velocidad. En pruebas de velocidad de los Juegos Olímpicos, el cronometraje automático se empleó por primera vez en Los Ángeles 1932 y a partir de  Helsinki 1952. Sin embargo hasta Tokio 1964 el cronometraje automático se empleaba como simple apoyo. La marca oficial era la que los jueces establecían manualmente. Por ejemplo, el ganador de los 100 m en los Juegos de 1952, el estadounidense Lindy Remigino (1931) hizo un tiempo electrónico de 10,79. Sin embargo su tiempo oficial fue 10,4. Poco antes de proclamarse campeón olímpico de 100 m en 1960, el alemán Armin Hary (1937), se convirtió en el primer atleta en correr el hectómetro en 10,0. El tiempo real,  fue, sin embargo, 10,25. Hay que recordar que para homologar una plusmarca mundial se necesitaban 3 cronometradores. En esta carrera los tres tiempos fueron 10,0, 10,0 y 10,1. Además de por su personalidad, Hary fue muy polémico por su fulgurante salida. Según los analistas de la época, hacía más salidas nulas de las que le señalaban, pero entonces todo dependía del ojo del juez. Realizó su plusmarca mundial en la repetición de una carrera anterior que le habían invalidado por salida nula y en la que había registrado también 10,0, 10,16 en realidad.

A partir de los Juegos de 1964, el cronometraje, ya eléctrico, pasó a ser oficial, pero de una forma un tanto curiosa. Bob Hayes (1942) ganó el oro en 100 m con 10,06. El tiempo manual fue 9,9. Sin embargo, la marca, casi 0,2 mejor que la de Hary, se homologó como plusmarca mundial igualada 10,0. Fuera de los Juegos Olímpicos, sin embargo, seguía mandando el cronometraje a mano, aunque también lo hubiese eléctrico. En 1968 surgió una excelente generación de velocistas estadounidenses que llevó a romper (aproximadamente)  la barrera manual de 10,0. Hubo 3 registros de 9,9, cuyos tiempos reales fueron de lo más dispares: Jim Hines (1946), 10,03, Ronnie Ray Smith (1949 – 2013), 10,14 y Charles Greene (1945), 10,10. Estos dos últimos 9,9 peores que el 10,0 de Hayes. Fue Hines en la final olímpica de México 1968, en pista sintética y a más de 2000 m de altitud, quien realizó el primer tiempo real por debajo de 10,00, al marcar 9,95, que, sin embargo, se homologó como 9,9. Finalmente, el 1 de enero de 1977, el registro de Hines se validó como plusmarca mundial única con la marca real de 9,95, pero hasta entonces hasta 10 9,9 manuales se consideraron del mismo valor que el tiempo electrónico. Ciertamente la IAAF tardó en reaccionar, pero, desde entonces, los registros en pruebas cortas dejaron de depender del inevitablemente impreciso dedo de los jueces.

No solo la medida del tiempo, sino también de las distancias puede presentar un cierto margen de error por la apreciación de los jueces, sobre todo en el caso de los saltos nulos. Se trata de errores asumibles debidos a la imprecisión de los sentidos humanos. Sin embargo, ha habido casos en los que directamente a los jueces se les olvidó el lugar que ocupaban. Una de las pruebas que más polémica generó en la historia del atletismo fue la final de triple salto de los Juegos de Moscú 1980. Los jueces soviéticos señalaron 9 nulos en los 12 saltos realizados por el brasileño plusmarquista mundial, 17,89, João Carlos de Oliveira (1954-1999) y por el australiano Ian Campbell (1957). Ambos hicieron saltos, aparentemente válidos, que les habrían dado el oro y la plata. Años después se dijo que había un plan para dar el cuarto oro consecutivo al georgiano, entonces soviético, Viktor Saneyev (1945), si bien este resultó superado por su entonces compatriota el estonio Jaak Uudmäe (1954), que se hizo con el oro. La controversia no se limitó al triple salto. En el disco el cubano Luis Mariano Delís (1957), finalmente bronce, probablemente perdió el oro por un lanzamiento medido defectuosamente. El oro fue a parar, curiosamente, al cuello del soviético Viktor Rashchupkin (1950).

Otro incidente lamentable fue el sucedido en la prueba de salto de longitud en el Mundial de Roma de 1987, cuando los jueces locales transformaron un 7,85 m del atleta local Giovanni Evangelisti (1961) en 8,38. Este salto inicialmente le otorgó la medalla de bronce, que llegó a recibir. El Comité Olímpico Italiano decidió investigar un salto que ya en directo había parecido mucho más corto. Finalmente se determinó la medida real de 7,85 y se desposeyó al saltador italiano de una medalla que nunca había ganado.

Además del por justificable imprecisión humana y por falta de escrúpulos, un juez también puede se protagonista por despistado. En la final olímpica de lanzamiento de disco en Los Ángeles 1932 el francés Jules Nöel (1903 – 1940) realizó un cuarto lanzamiento probablemente superior a 49 m, que le habría permitido luchar por el oro. Desgraciadamente en aquel momento los jueces no prestaron atención al francés, pues estaban absortos con el duelo de salto con pértiga entre el estadounidense Bill Miller (1912-2008) y el japonés Shuhei Nishida (1910-1997). Nadie supo dónde había caído exactamente el disco. Nöel acabó 4º, pese a que los jueces, bastante avergonzados, le permitieron un lanzamiento más.

Afortunadamente estos casos son anecdóticos. Los problemas del atletismo, como sabemos, son otros, en los que los jueces no están incluidos, y que no tienen fácil solución.

Iolanda Balas, 154 competiciones invicta

Si hay un nombre en el atletismo unido indefectiblemente a la palabra victoria, ese es el de Iolanda Balas (1936-2016). La atleta rumana consiguió entre 1957 y 1967 154 victorias consecutivas. En toda su carrera estableció 14 plusmarcas mundiales, desde 1,75 a 1,91 m. Cuando realizó este último registro, la diferencia con la segunda mejor atleta de siempre era de 13 cm.

Iolanda Balas nació en la ciudad rumana de Timisoara, el 12 de diciembre de 1936. Los cambios de fronteras sucedidos con la decadencia y posterior desaparición de los Imperios Austrohúngaro y Turco, habían hecho que grupos humanos se quedasen fuera de sus países de origen. Esto le sucedió a la familia de Balas, que era de origen húngaro, etnia con una importante presencia en Transilvania, territorio rumano al que pertenecía Timisoara.

Durante la Segunda Guerra Mundial el padre de Balas fue hecho prisionero por los soviéticos. Una vez liberado, solo se le autorizó volver a Hungría, mientras su hija se quedaba en Rumanía. La joven Iolanda comenzó a practicar salto de altura a los 12 años, gracias a la ayuda de la exatleta Luiza Ernst. Su elevada estatura, 1,85 m, y sus largas piernas le permitieron optimizar un estilo de tijera modificado, apenas practicado en una época donde la mayoría de los saltadores utilizaban el rodillo ventral o el rodillo californiano. Su primera gran competición fue el Campeonato de Europa de Berna, en 1954, donde fue medalla de plata. Poco antes de los Juegos de Melbourne 1956 estableció su primera plusmarca mundial con 1,75 m. Acudía a la ciudad australiana como una de las favoritas, pero le pudo la inexperiencia y solo pudo ser 5ª, con 1,67 m, la misma marca que la 2ª y la 7ª.  La ganadora, la estadounidense Mildred McDaniel (1933-2004) hizo además nueva plusmarca mundial con 1,76 m.

Aquel 1 de diciembre de 1956, día en que se celebró la final olímpica, fue la última derrota de la rumana hasta junio de 1967. Entre medias, 154 victorias consecutivas, que algunos estadísticos reducen a 140, y otras 13 plusmarcas mundiales, 12 de ellas consecutivas. Su mejor salto fue 1,91 m, realizado el 16 de julio de 1961, que duró 10 años como plusmarca mundial. Fue la primera mujer en superar 1,80 y 1,90 metros. Ganó el oro en los campeonatos de Europa de 1958 y 1962. En los Juegos de Roma 1960 se impuso con la mayor ventaja de la historia de los Juegos, 14 cm. Tras caer sus dos últimas rivales en 1,73 m (ambas compartieron la plata con 1,71 m), Balas aún intentó 5 alturas más, de las que superó 4 y se proclamó campeona olímpica con 1,85 m. Fue la primera medalla del atletismo rumano en unos Juegos. Desde entonces, Rumanía ha ganado 35 medallas en atletismo, 11 de oro. En los Juegos de Tokio, aun con problemas físicos, Balas volvió a ganar, con 1,90 m, 10 cm mejor que la segunda clasificada. A partir de entonces las lesiones le impidieron competir con asiduidad. No pudo tomar parte en el Europeo de 1966 por esta razón. Se retiró en 1967, el mismo año que perdió su imbatibilidad. Su plusmarca mundial duró hasta que el 4 de septiembre de 1971, la austríaca Ilona Gusenbauer (1947) superó a rodillo 1,92 m.

Posteriormente fue profesora de Educación Física. Presidió la federación de atletismo de su país de atletismo de 1988 a 2005. Falleció el 11 de marzo de 2016.

Este es un documental (en rumano) sobre Iolanda Balas. Viéndola saltar más de 1,90 con ese estilo tan peculiar, cayendo en arena, uno se pregunta cuánto habría podido saltar con estilo Fosbury.

Calvin Smith, el velocista de modales suaves

El 24 de septiembre de 1988 tuvo lugar una de la carreras más esperadas de la historia del atletismo, la final olímpica de 100 m de Seúl. Se enfrentaban en ella los dos mejores velocistas del momento, el canadiense Ben Johnson (1960) y el estadounidense Carl Lewis (1961). El año anterior en el campeonato del mundo, Johnson había derrotado a Lewis por 0,1, con una nueva plusmarca mundial de 9,83. El 17 de agosto, en la reunión de Zúrich, en un nuevo duelo entre ambos, fue el estadounidense quien se impuso, con 9,93 por 10,00 del canadiense. Johnson había retrasado su preparación por una lesión, pero no se sabía si podría llegar a los Juegos en plena forma. Ambos se impusieron en sus semifinales, Lewis con 9,97 y Johnson con 10,03. Las fuerzas parecían parejas, pero la final se encargó de desmentir las apariencias. Johnson aplastó a Lewis con una ventaja de 0,13 parándose con unos entonces estratosféricos 9,79. Esta fue la clasificación inicial:

1 Ben Johnson CAN 9,79
2 Carl Lewis USA 9.92
3 Linford Christie GBR 9.97
4 Calvin Smith USA 9.99
5 Dennis Mitchell USA 10.04
6 Robson C. da Silva BRA 10.11
7 Desai Williams CAN 10.11
8 Raymond Stewart JAM 12.26

La cara de sorpresa de Carl Lewis resumía muy bien la prestación de Ben Johnson. Pero todo había sido falso. Dos días después se conocía que el canadiense había consumido estanozolol, un esteroide anabolizante prohibido por el COI. Posteriormente Johnson confesaría que había tomado sustancias prohibidas desde 1981. Carl Lewis pasaba a ser campeón olímpico y, posteriormente, plusmarquista mundial por la anulación de los 9,83 de Ben Johnson. Oficialmente la historia terminó ahí. En realidad las cosas fueron mucho más complicadas. Tiempo después se supo que a Lewis le habían detectados restos de estimulantes en un control durante las pruebas de selección olímpicas para Seúl, al medallista de plata, el británico Linford Christie (1960)  se le hallaron restos de efedrina tras una serie de 200 m en Seúl, pero se aceptaron sus alegaciones. En 1999 un análisis positivo para nandrolona lo llevó a una suspensión de 2 años. También el estadounidense Dennis Mitchell (1966), el canadiense Desai Williams (1959) y el jamaicano Ray Stewart (1965) resultaron sancionados por su relación con sustancias prohibidas. Con razón el periodista Richard Moore (1973) calificó la final de 100 m de Seúl como la final más sucia de la historia. Tan solo el brasileño Robson Caetano da Silva (1964), 5º,  y el estadounidense Calvin Smith (1961), bronce, pueden presumir de un historial limpio durante toda su carrera deportiva.

Calvin Smith (Bolton, Mississippi, 8 de enero de 1961) fue un velocista de modales suaves, discreto, respetuoso y muy alejado del ruido mediático que rodeaba a muchos de sus rivales. En 1980, siendo junior, ya corría en 10,17, lo que le sirvió para ser el 9º en la lista mundial de ese año. Alcanzó notoriedad por primera vez el 9 de julio de 1982, en Karl Marx Stadt, actual Chemmitz (Alemania), donde realizó 9,91 en 100 m, 0,04 por debajo de la mítica plusmarca de 9,95, conseguida en Ciudad de México por Jim Hines (1946) en la final olímpica de 1968. Un viento de 2,1 m/s impidió, sin embargo, homologar la marca de Smith, probablemente superior al tope universal. Ese año registró una plusmarca personal de 10,05. Desde la final de México, tan solo Silvio Leonard (1955), que en 1977 había hecho 9,98 en altitud, había bajado de 10,00. En 1983, el 14 de mayo, en Modesto (California) al nivel del mar, Carl Lewis corría en 9,97.  El 3 de julio de ese año, aprovechando la altitud de Colorado Springs, y con viento legal, Calvin Smith consiguió borrar la plusmarca de Hines, al correr los 100 metros en 9,93. En la misma reunión Evelyn Ashford (1958), con 10,79, también superaba la plusmarca mundial femenina.

Smith, que ya había resultado derrotado en el campeonato de Estados Unidos por Carl Lewis, no pudo con su rival en los 100 m del primer campeonato mundial celebrado en Helsinki. Emmit King (1959) completó el triplete estadounidense. Los tres, con Willie Gault (1960), se coronaron campeones de relevos  4 x 100, con plusmarca mundial de 37,86. Antes Smith se  había hecho con el oro mundialista en los 200 m.

100 m
1 Carl Lewis USA 10.07
2 Calvin Smith USA 10.21
3 Emmit King USA 10.24
4 Allan Wells GBR 10.27
5 Juan Nunez DOM 10.29
6 Christian Haas FRG 10.32
7 Paul Narracott AUS 10.33
8 Desai Williams CAN 10.36

200 m
1 Calvin Smith USA 20.14
2 Elliott Quow USA 20.41
3 Pietro Mennea ITA 20.51
4 Allan Wells GBR 20.52
5 Frank Emmelmann GDR 20.55
6 Innocent Egbunike NGR 20.63
7 Carlo Simionato ITA 20.69
8 Joao Batista da Silva BRA 20.80

4 x 100 m
1 United States 37.86 WR
King, Gault, C.Smith, Lewis
2 Italy 38.37
Tilli, Simionato, Pavoni, Mennea
3 Soviet Union 38.41
Prokofyev, sidorov, Muravyov, Bryzgin
4 East Germany 38.51
5 West Germany 38.56
6 Poland 38.72
7 Jamaica 38.75
8 France 38.98

Unos días después, Calvin Smith, en la reunión de Zúrich, con marcas de 9,97 y 19,99, se convirtió en el primer atleta que corría los 100 por debajo de 10,00 y los 200 por debajo de 20,00 en la misma reunión.

En 1984 sufrió una lesión que le impidió rendir adecuadamente. No pudo clasificarse para los Juegos Olímpicos ni 100 ni en 200. En 100 se vio superado por Carl Lewis, Sam Graddy (1964) y Ron Brown (1961). Estos dos últimos abandonarían el atletismo poco después y se dedicarían al fútbol americano. Smith, sin embargo, consiguió formar parte del equipo de relevos 4 x 100, que se proclamaría campeón olímpico con una nueva plusmarca mundial:

4 x 100 m
1 United States 37.83 WR
Graddy, Brown, C.Smith, C.Lewis
2 Jamaica 38.62
Lawrence, Meghoo, Quarrie, Stewart
3 Canada 38.70
Johnson, Sharpe, Williams, Hinds
4 Italy 38.87
5 West Germany 38.99
6 France 39.10
7 Great Britain 39.13
8 Brazil 39.40

No brilló especialmente en los años 1985 y 1986. En 1987 acudió al Campeonato del Mundo de Roma a defender su título de 200, donde consiguió una nueva victoria

200 m
1 Calvin Smith USA 20.16
2 Gilles Queneherve FRA 20.16
3 John Regis GBR 20.18
4 Robson C. da Silva BRA 20.22
5 Vladimir Krylov URS 20.23
6 Floyd Heard USA 20.25
7 Pier Francesco Pavoni ITA 20.45
8 Atlee Mahorn CAN 20.78

En 1988 volvió a ocupar las primeras posiciones de la lista mundial, lo que lo llevó a alcanzar el bronce en la carrera más sucia de la historia. Con el tiempo Smith afirmaría que el oro tenía que haber sido para él

Tras los Juegos de Seúl, Smith siguió compitiendo hasta 1996. En 1993, con 32 años, aún fue capaz de correr en 10,06. Sin embargo no volvió a tomar parte en un gran campeonato, aunque representó a Estados Unidos en la Copa del Mundo de 1992, tanto en 100 como en 4 x 100.

Durante toda su carrera deportiva, Calvin Smith gozó del respeto por parte de sus rivales y de los aficionados, mucho más confiados en sus logros que en el de algunos de sus oponentes que mostraban sorprendentes cambios corporales. Su hijo, Calvin Smith jr (1987) es un buen corredor de 400 m, 44,81 (2010), campeón del mundo en sala en relevos 4 x 400 en 2012, 2014 y 2016.