«Si le falla la cabeza, no es bueno»

Cuando algo se repite demasiadas veces suele acabar perdiendo su significado. La prensa tiende a utilizar la palabra épico con mucha facilidad, pero hoy, probablemente, no estén nada descaminados. La victoria de Rafael Nadal (1986) en el Abierto de Australia resulta difícil de calificar. En pocos meses, Nadal ha pasado de caminar con problemas a ganar su torneo número 21 del Grand Slam, convirtiéndose en el tenista con el mayor número de estos títulos. Hubo un momento clave en el partido. Tras perder los dos primeros sets y con un 3-2 en contra en el tercero, Nadal salvó un 0-40. ¿Cuánta fortaleza mental se necesita para levantar esta situación difícilmente reversible y acabar ganando el partido y el torneo?

No me vengáis con historias. Si le falla la cabeza, no es bueno. Mariano García-Verdugo (1948), nuestro entrenador no se cansaba de responder cuando le decíamos refiriéndonos a un atleta Es muy bueno, pero le falla la cabeza. Nos costó entender que la fortaleza mental es clave para dar lo mejor de uno mismo en cualquier actividad, pero sobre todo en una cuyo motor principal es la competitividad, como el deporte de alto nivel. Saber canalizar el estrés que genera la gran competición hacia el rendimiento óptimo y no hacia el bloqueo marca una diferencia decisiva. Los mejores se crecen ante las dificultades, como le ha sucedido a Nadal este domingo en Melbourne o como le ocurría a Michael Jordan (1963) cuando se jugaba el anillo de la NBA.

En este blog hemos contado algunos casos de atletas que han dado lo mejor de sí en situaciones muy complicadas. La neerlandesa Fanny Blankers-Koen (1918-2004) tuvo que esperar doce años, enfrentada a las privaciones de una guerra y a la incomprensión de la sociedad de la época, para volver a los Juegos Olímpicos y ganar cuatro medallas de oro. El estadounidense Al Oerter (1936-2007) ganó cuatro oros olímpicos consecutivos en el lanzamiento de disco. En ninguna de la cuatro ocasiones era el favorito. Destaca especialmente su tercera victoria, en 1964, donde compitió lesionado con un aparatoso collarín. El británico Seb Coe (1956) consiguió revalidar su título olímpico de 1500 m tras una grave enfermedad, llegando a los Juegos muy justo de preparación y con una gran parte de la prensa de su país en contra de su selección.

También hay ejemplos en sentido contrario. Un atleta que nos sorprendió especialmente, tal vez porque entonces éramos adolescentes impresionables, fue el portugués Fernando Mamede (1951). Mamede comenzó su carrera atlética corriendo 800 y 1500 m, pruebas en las que fue olímpico en 1972. En 1976 en los 1500 m de los Juegos Olímpicos realizó 3:37.98 en las series, su mejor marca de siempre. Se clasificó para las semifinales, pero no entró en la final. A partir del año siguiente se cambió a distancias superiores. En 1978 conseguía el tope portugués de 5000 m, 13:17.76, que sería la quinta mejor marca mundial del año. Sin embargo en el campeonato de Europa no pasó de la 15ª posición. En 1980 realizaba 27:37.88, tiempo con el que acabó tercero en la lista mundial del año. No pudo acudir a los Juegos de Moscú debido a que su país secundó el boicot estadounidense. En 1981 obtenía el mayor éxito de su carrera deportiva al ser tercero en el Mundial de campo a través. En la pista se hacía con la plusmarca europea de 10 000 m, 27:27.7, a poco más de 5 segundos de la plusmarca mundial. En 1982 mejoró en 5000 m hasta 13:14.6 y en 10 000 a 27:22.95, a tan solo 0.55 de la plusmarca mundial. No pudo acudir al campeonato de Europa al aire libre por lesión.

Tras más de una década en el atletismo, Mamede había demostrado que era capaz de correr muy rápido, pero su rendimiento en la alta competición había sido discreto. Aunque ya había pasado de los treinta, cronométricamente no había dejado de mejorar. En 1983 se celebraban los primeros campeonatos del Mundo al aire libre. Mamede acudió a la prueba de 10 000 m con unos excelentes 27:25.13. Dio una magnífica impresión al ganar su semifinal con 27:45.54, pero en una lenta final, nunca tuvo opción y acabó el 14º, a 17 segundos del ganador. Terminó la temporada con marca personal en 5000 m, 13:08.54, tiempo líder mundial del año. En 1984, el portugués tenía una nueva oportunidad de demostrar su valía, esta vez en los Juegos Olímpicos. Sus antecedentes no lo acompañaban, pero se pensó que la historia podría cambiar tras su exhibición en Estocolmo el 2 de julio, cuando se hizo con la plusmarca mundial de 10 000 m con un tiempo de 27:13.81. Mamede había corrido la segunda parte de la carrera en 13:28.41, el último kilómetro alrededor de 2:30 y la última vuelta en 57.5, tiempos inéditos entonces en una carrera tan rápida. En la semifinal de los Juegos volvió a dar una buena impresión al imponerse fácilmente con 28:21.87, pero la final resultó absolutamente decepcionante. Con un ritmo muy lento, Mamede fue perdiendo posiciones hasta quedarse el último y abandonar poco antes de la mitad de la carrera, que se pasó en 14:18.84.

Fernando Mamede es un ejemplo de contrapunto a quienes dan lo mejor de sí en la peor situación, un atleta de enorme clase, capaz de aguantar ritmos muy exigentes y de terminar muy rápido, al que, sin embargo, la gran competición siempre lo atenazó. Si le falla la cabeza, no es bueno. Y así es, porque le impide dar lo mejor de sí mismo, desarrollar su potencial. La calidad y la capacidad de entrenamiento no son suficientes sin la fortaleza mental.

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